11/11/2015 - 17:45
El reloj aún no marcaba la una y treinta minutos de la madrugada. Eran las primeras horas del 17 de Agosto de 2007. Una noche más, una noche tranquila en Houston. El tren de carga recorría los raíles, con su particular sonido, sin alertar nada más. La ciudad dormía, adornada por el guiñar de las luces de advertencia del paso a nivel.
El enorme todoterreno se mantenía a gran velocidad. Se dirigía hacia el paso a nivel, ignorando las señales luminosas que lo alertaban. Ignorando la barrera que separaban la vida y la muerte del joven Eddie Griffin. Ignorando el atronador sonido del tren de carga sobre los raíles, que enmudecería con el impacto del todoterreno. Después, el fuego. Los gritos, la desesperación. La duda y el desconsuelo. Nadie sabía quién era aquel loco que se lanzó a las vías y colisionó con el tren.
Eddie corría aquella mañana tras su hermano Marvin. Su hermanastro, aunque nadie lo diría viendo la estrecha relación que mantenían ambos. Su hermano, Jacques, pedía que le pasaran la pelota. Podían pasar así los días. Salvo el domingo, que lo aprovechaban para estar con su familia, después de una semana sin parar de entrenar o jugar partidos. A Marvin y Evelyn les gustaba pasar los domingos con los dos pequeños, llevarlos a comprar palomitas, al cine, o pasar la tarde en casa viendo la tele y tomando algo de helado. Eddie sentía profunda admiración por Marvin Powell. Lo que él hacía, lo imitaba.
Marvin Powell J.R. se encontraba en los veintitantos cuando Eddie y Jacques llegaron a casa. Los constantes problemas de Eddie Griffin en el vecindario, obligaron a su madre a tomar la drástica decisión. Queen Bowen, la madre de tres hijos, Marian, Jacques y Eddie, trabajaba en el turno de noche como enfermera, con el fin de poder prestar atención a sus hijos por la mañana, y poder darles la cena antes de acostarlos. Vivían en una casa de tres habitaciones, de ladrillo visto, que daba a un cementerio. Así fueron los primeros años de Eddie Griffin y Jacques Griffin, sin la presencia de su padre, que se marchó a Georgia cuando Eddie tenía dos años y medio. Su madre, Queen, quiso estar presente, mas en su empeño descuidó a sus hijos. Griffin aprendió a andar sujeto a la mano de su hermana mayor, Marian. Jacques, un año mayor que Eddie, sujetaba la otra mano de su hermana mayor. El pequeño Eddie Griffin requería más y más atención. Y supo que Marvin Powell sería capaz de hacerlo.
Marvin tuvo que cambiar su forma de ver la vida. Acompañado de su esposa, Evelyn, puertorriqueña, dio la bienvenida a Eddie y Jacques Griffin. Cambió su Honda Accord por una camioneta, una Plymouth Voyager. Los dos pequeños la comenzaron a llamar “The Marvmobile”. Allí, en aquel vehículo, darían rienda suelta a su imaginación, y acompañaron a Marvin Powell en todos y cada uno de sus viajes. Powell dejó el mundo del baloncesto, tras jugar en la Universidad de Hatford desde el '84 al 88, para centrarse en el diseño gráfico, pero acudía a diario a jugar a las canchas del barrio. Allí fue donde enseñó a jugar a Eddie Griffin, donde comenzó la ardua tarea de centrar a un chico que nunca había recibido la atención que necesitaba.
Marvin enseñó a Eddie que, si quería jugar en aquellas pistas, tenía que ganarse el respeto. Y, una vez ganado, debía mantenerlo. Cada día, después del trabajo, recogía a los dos pequeños y los llevaba consigo para que lo vieran jugar. Si recibía un codazo, se levantaba, y buscaría la forma de devolverlo. Sin enfrentamientos directos. Juego sucio, directo. Baloncesto puro, sin más parquet que el que podía regalar la imaginación de aquellos que pisaban el cemento de las canchas.
Evelyn y Marvin pusieron sus esfuerzos en hacer ver a Jacques y Eddie el valor de la familia. Llevaban al joven Eddie de torneo en torneo, una rutina que finalizaba los domingos. Entonces, tiempo para estar en casa, con la joven pareja, que vieron como los dos pequeños crecieron poco a poco. Hasta que, cuando Eddie tenía 12 años, apareció su madre por la puerta de casa. Eddie Griffin bajó las escaleras de casa, y cuando su madre vio a su hijo después de tanto tiempo, sólo pudo decir:
“- Creo que necesitamos una cama nueva”.
Su madre, al verlo después de tanto tiempo, dijo: "Creo que necesitamos una cama nueva".
Eddie Griffin tenía 13 años cuando volvió a Philadelphia. De allí, salió Wilt Chamberlain. O Rasheed Wallace. O Kobe Bryant. Creyeron que era la mejor opción para que Eddie Griffin creciera como jugador de baloncesto. Su madre les compró una canasta portátil, que colocaron en el patio trasero. Allí, Eddie comenzó a pasar sus horas. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Veinte. Cuarenta. Ochenta. Cien tiros. Su hermano, Jacques, sólo conseguía lanzar, como mucho, cincuenta seguidos, antes de rendirse.
“- ¿Cómo logras lanzar tantas veces sin que se te canse el brazo?”. Jacques se rendía pronto. Pero Eddie continuaba lanzando, a veces solo, a veces acompañado de su perro. Pasaba horas y horas, mejorando su juego. Lanzamiento exterior, juego de espaldas, ganchos, timing de salto.
Griffin pasó a estar solo. Siempre fue un chico tímido, pero durante aquellos años, se hizo aún más latente. Un vecino tuvo el valor de retarle en el patio de su casa. Griffin lo miró, y se dirigió a él.
“- I bet you your shot don't touch the rim” [Te apuesto a que tu tiro no toca el aro].
Y así fue. Tiro tras tiro, Eddie taponaba los lanzamientos del joven. Se ganó el respeto, y siguió creciendo en las canchas. Eddie Griffin estaba preparado. Ingresó en el Roman Catholic High School, donde coincidió con Rasual Butler, ex jugador, entre otros equipos, de Washington Wizards. Allí, llegó a ser considerado como el mejor jugador que salía de Philadelphia desde Wilt Chamberlain. Un portento físico, que taponaba y reboteaba sin cesar. Con buen rango de tiro y gran capacidad atlética, el futuro de Eddie parecía tener un único destino: la NBA.
Eddie Griffin llegó a registrar un cuádruple doble: 27 puntos, 11 rebotes, 13 tapones y 10 asistencias en un único partido.
Eddie sorprendía a propios y extraños. Con una lectura de juego sorprendente para alguien de su edad, y con una dedicación enfermiza por el baloncesto, sus números se disparaban. Incluso alcanzó el cuádruple doble en su periplo por el Roman Catholic High School, logrando anotar 27 puntos, capturar 11 rebotes, poner 13 tapones y repartir 10 asistencias. El techo de Eddie Griffin era inimaginable. Ni él mismo era capaz de vislumbrarlo
Después de su primer año en el instituto, Eddie Griffin acudió a New Jersey, para participar en el equipo de Jimmy Salmon del AAU. Allí coincidiría con Jerome Allen, el otro chico que provenía de Philadelphia. Se hicieron grandes amigos, pues tenían que compartir horas de tren para ir desde casa a New Jersey. Griffin se sinceraba con Allen. Y, uno de aquellos días, le confesó su sueño: el joven Eddie Griffin soñaba con tener su propia granja. Un chico con gran talento y físico, un potencial sin límite, un diamante en bruto para el mundo del baloncesto, que soñaba con llevar una vida dura y ajetreada en una granja. Su amigo, John Allen, no salía de su asombro. No hacía más que preguntarle que cómo podía soñar eso. Que la vida en una granja era muy dura, y requería muchas horas de trabajo. Eddie se limitaba a responder: “Lo sé, pero podría hacerlo”.
La carrera de Eddie Griffin dentro de las canchas, seguía creciendo. A las distinciones individuales, se sumó el MVP del ABCD Camp, en 1999, una distinción que han conseguido algunos jóvenes talentos, como pudieron ser Kobe Bryant, LeBron James o Tracy McGrady. El valor de Griffin de cara al college crecía. Coincidió con Andre Barrett en aquel ABCD, siendo el neoyorkino un joven realmente conocido. El paso de Griffin de ser un desconocido a un top 1 era difícil de llevar. De estar solo, a que todos quieran ser tu amigo. Y el joven Griffin empezó a mostrar problemas para controlarlo.
En su año senior, Eddie Griffin alcanzó la cima. Actuaciones descomunales, como los 33 puntos, 18 rebotes y siete tapones ante todo un Tyson Chandler, o los 31 puntos ante DeShawn Stevenson, que se quedaría en 19 puntos. Poco después, se enfrentaría a otra leyenda del High School, Dajuan Wagner, que lograría anotar 100 puntos en un partido. Se colgaría el cartel de “No hay billetes” para el encuentro. Un encuentro en el que el propio Eddie Griffin hizo cola para comprar unas entradas que regalaría a su familia. Eddie Griffin no sólo quería ganar el partido. Quería dejar huella. Scoutings NBA, más de 9000 personas en el pabellón, incluso Allen Iverson. Y, al final, la soñada victoria. 72-47 a Camdem, con 29 puntos (12 de 17 en tiros), seis rebotes y cinco tapones. Todo esto, con un tobillo doblado nada más comenzar el encuentro. Pero Eddie Griffin se sobrepuso al dolor. Después, pasaría dos días sin moverse de la cama, con el pie inmovilizado. “Había tanta gente allí, que tenía que poner espectáculo”, le dijo Eddie a su hermano Jacques.
La NBA se preparaba para abrir las puertas a Eddie Griffin. Se le colocaba entre los cinco primeros del Draft. Sus amigos lo animaban a dar el gran salto. Pero la figura de Marvin se hizo fuerte. Le aconsejó que probara la Universidad. Aunque fuera por saborear esa experiencia. Así, Eddie Griffin aceptó la propuesta de Seton Hall.
Entonces llegaron los problemas. Eddie estuvo a punto de no obtener el título del instituto. Y todo por una pelea que marcaría sus últimos meses en el high school. Eddie Griffin se peleó con su compañero Marques Gantt por un juego de cartas. Una estupidez que estuvo cerca de costarle su futuro. No fue la única pelea de Griffin. También golpeó a otro joven del instituto cuando este se secó el sudor en la corbata de Eddie. Aquel día, apareció con la camisa manchada de sangre. Fueron dos incidentes en tres años, y contando con el estrés constante con el que vivía el joven. Eddie Griffin seguía siendo un chico tranquilo y tímido. Aunque no pudo terminar su ciclo escolar como tenía pensado.
Tuvo que hacerlo desde casa, y recibió el diploma una semana después que sus compañeros de promoción. Lo sucedido no salpicó el nombre de Eddie Griffin de cara a su entrada en Seton Hall. El futuro de Eddie Griffin parecía brillante. Y se mantuvo bajo la atenta mirada de Marvin.
De hecho, el propio Marvin, en una entrevista, hacía hincapié en ello. “He visto a grandes jugadores de instituto perder la concentración y terminar en una esquina bebiendo de una botella metida en una bolsa de papel”. Remarcó la importancia de esta oportunidad en la vida de Griffin. Estaba preparado para cumplir su sueño de jugar en la NBA. Y no se dejaría llevar por malas influencias.
Realmente, Eddie quiso jugar en North Carolina. Pero Griffin tenía otras preferencias. Como jugar junto a Andre Barrett y Toney-El, uno de sus grandes amigos. North Carolina expresó su deseo de contar con Andre y Eddie, pero no querían reclutar a Toney-El. Seton Hall sí ofreció esa posibilidad, y reclutó a los tres para su equipo. Los tres tenían claro su objetivo: no poner rumbo a las primeras de cambio a la NBA, y alcanzar la Final Four y, por qué no, el título universitario.
Y Griffin se puso desde el primer momento manos a la obra. En casi cien años de historia de la Universidad de Seton Hall, no se había visto un triple doble. Eddie consiguió el primero en su quinto partido, con 21 puntos, 12 rebotes y 10 tapones. Griffin entendió lo que se quería de él, y se exprimía en cada entrenamiento. Trabajaba cada sistema, aprendía en cada minuto que pasaba en la cancha.
Ganaron los cinco primeros partidos. Se colocaron séptimos en el ranking nacional, hasta que comenzaron los problemas. Fue ante Illinois. Los veteranos del equipo no tragaron bien que dos rookies, como Barrett y Griffin, tuvieran tanto protagonismo. Iban ganando de 21 e Illinois logró remontar y vencer en la prórroga. Nadie comprendía qué pasaba. Dos semanas después, se enfrentaron a Georgetown. Se preparó una jugada para Eddie Griffin, un pick-and-pop para que lanzara. Pero Ty Shine optó por no pasar el balón y jugársela. No habría pasado nada si no se hubiera repetido la acción en la siguiente jugada. La frustración se hizo con Griffin. Discutió con Shine. Allí se encontraba Salmon, su viejo entrenador.
Griffin se acercó a él: “I’m going to fuck Ty up after the game.” [Voy a joder a Shine cuando acabe el partido”]
Y así fue. Cuando acabó el partido, Griffin se dirigió hacia el vestuario. Allí, explotó todo. Cuando Toney-El, el primero en darse cuenta de la situación, llegó, ya encontró a Griffin golpeando a Shine. Le dejó un ojo negro. El vestuario se rompió. Los tres rookies se sentaban juntos en el vestuario, en una esquina. El resto, en el lado contrario. Griffin siguió rindiendo a buen nivel, acabando con 17.8 puntos, 10.8 rebotes y 4.4 tapones. Intentó mantenerse concentrado en el baloncesto, pero le resultó difícil. Había oído rumores, rumores que le señalaban. Sobre su comportamiento. Al parecer, Marvin había hablado con los agentes de Eddie. Incluso que Marvin había recibido cantidades de dinero para asegurar la presencia de Griffin en el draft. Si se confirmaba, podría destruir su carrera. Quería tener la seguridad de poder volver a Seton Hall si decidía no presentarse al draft. Pero si Marvin había recibido dinero, no sería posible. Se enfadó con él. Hasta el punto de no hablarle durante meses.
Eddie Griffin entra a canasta con la camiseta de Seton Hall. pic.twitter.com/dl0LfprVKQ
— Eddie Griffin Fans (@EddieGriffinFan) noviembre 9, 2015
Aquel 21 de marzo de 2001 lo cambiaría todo. Andre y Griffin estaban en su habitación, relajándose tras la eliminación, una semana antes, de Seton Hall a manos de Alabama. Entonces, sonó el teléfono. Eddie descolgó. Desde ese momento, comenzó a llorar. Veinte minutos después, pudo articular palabra. Marvin Powell había fallecido. Un ataque al corazón acabó con la vida del pilar de Eddie, con tan solo 34 años. Todo cambió para el joven. No hacía más que repetir que era culpa suya, por todo lo sucedido. Por no haber hablado con él durante esos meses. Se sintió responsable de toda su familia. El sustento de la misma, las manos que trabajarían para que ellos pudiesen vivir. Eddie Griffin cargó con toda la presión sin que nadie se lo pidiera.
Griffin no quiso cargar también con la presión de su futuro. Marvin se marchó cuando más lo requería. Tenía que decidir si seguiría en Seton Hall un año más, donde llegaría John Allen, su amigo, o si pondría rumbo a la NBA. Amaker, su entrenador, se marchaba a Michigan. Y no supo a quién acudir. No tenía a quién recurrir para que le ayudara a tomar esa decisión. Así que le preguntó a su amigo Andre Barrett.
Barrett fue tajante. Iba a ser lottery pick. No entendía por qué le preguntaba. Griffin incluso pidió consejo al padre de Andre. Quería que alguien le pidiera que se quedara en Seton Hall. “I’ll stay if you want me to stay”, le dijo.
Era el momento de anunciar la decisión. De hacer público que dejaba la universidad y ponía rumbo a la NBA. Fue sincero en aquella rueda de prensa. Él no quería ser un one-and-done, pero sentía la necesidad de ayudar a la familia de Marvin. Iba a llegar al final del camino, del duro y largo camino que se le había presentado y que tenía como última estación la NBA.
Salió Marvin en aquella rueda de prensa. Le preguntaron a Eddie sobre qué opinaría Marvin de ser así. Eddie lo sabía bien. Sabía que Marvin quería que terminara la universidad y, entonces, diera el salto a la NBA. Pero no quería hablar de eso. “Ha dejado tres hijos. Su mujer necesita ayuda, y yo se la daré”. Esa fue la lapidaria frase de Eddie Griffin, que asumía una responsabilidad que no era suya.
Llegó el momento. New York, año 2001. La gran noche del Draft, que abrirían los Washington Wizards con una de las peores elecciones de la historia: Kwame Brown. Pick 2, para Tyson Chandler. Un chico delgado y blanco, muy blanco, y con nombre extraño era elegido en el tercer puesto: Pau Gasol. ¿El número cuatro? Para Eddie Curry.
Eddie se preparó. Los Warriors iban a elegir en ese puesto cinco, y estaba seguro de que iba a ser él. Su mejor sonrisa al oír su nombre, los abrazos a sus amigos y familiares, prepararse para el apretón de manos con David Stern. Espera. ¿Qué ha dicho? ¿Jason Richardson? No podía creerlo. No imaginaba que pasaría del quinto puesto. Pero así era. Ahora, tocaba esperar de nuevo, con los nervios a flor de piel.
No tardaría mucho más en salir en el draft. Sólo salió un nombre más, el de Shane Battier, antes de que los New Jersey Nets lo seleccionaran y, poco después, traspasaran sus derechos a los Houston Rockets, que dieron tres primeras rondas por él. A pesar de todo, Eddie salió sonriente, abrazó a su familia y dio un buen apretón de manos a Stern. Después, se marcharon a celebrarlo a un restaurante en New York, sabiendo que firmaría un contrato de 5,3 millones durante tres años con los Rockets. Además, Rudy Tomjanovich dejó claro que confiaba en él: “hemos dado tres primeras rondas, pero sabiendo que hemos conseguido a un jugador especial. Sé el valor de tres rondas, pero no siempre puedes conseguir a un jugador así”.
A Houston llegó unos días después. Allí, la franquicia tejana quería formar equipo entorno a la dupla Francis-Mobley, dejando atrás aquellos años con Olajuwon y Barkley. Griffin, con tan solo 19 años, se convertiría en el jugador más joven en jugar para los Houston Rockets. Y, de repente, el dinero llegó a sus manos. Una cantidad de dinero inimaginable para un joven que sólo dos años antes tenía que pedir 10 dólares para poder comer algo.
Joyas y un enorme todoterreno. Dos casas, una para su madre, Queen Bowen, y otra para él. ¿La suya? Se convirtió en la casa que desearía todo niño: videoconsolas en cada habitación, televisores gigantes, una mesa de billar, incluso una máquina de pinball. El dinero no era problema para él. Pero sí lo era la gente. Pasó de estar solo, a que todo el mundo quisiera ser su amigo. Todo el mundo tenía una gran idea de negocio. Todo el mundo quería a Eddie Griffin. “Cuando eres de una ciudad tan pequeña y llegas a la cima, comienzas a conocer gente que no conocías. Aparecen primos que no sabías que existían”. Eso fue lo que dijo Jacques, consciente de que Eddie era el centro de todas las miradas. Y él nunca rechazaba ayudar a alguien.
La casa de Griffin era el sueño de cualquier niños: videojuegos, grandes televisores, incluso una máquina de pinball.
Eddie esperaba ansioso la temporada. Aunque, una vez inmerso en ella, no todo fue como deseaba. Los resultados de los Rockets eran desastrosos. Él, no terminaba de adaptarse. Hasta que llegó diciembre. Allí, Eddie Griffin se destapó ante los Lakers de Kobe Bryant y firmó 25 puntos y 13 rebotes. Durante trece encuentros, apareció el jugador de Setton Hall: 16.4 puntos, 9.1 rebotes y 3.2 tapones. George Postolos, el presidente del equipo, se mostraba orgulloso, mencionando que este era el nivel que se esperaba de un jugador como él.
Mas Griffin no era del todo feliz. Sí, estaba en la NBA, le encantaba formar parte de ella y poder jugar en ella. Pero les repetía a sus amigos, Tony-El y Andre Barret, que odiaba la fama. Echaba de menos la universidad, y en más de una ocasión se arrepintió de haber dado el salto tan pronto. La NBA era egoísmo y avaricia, una presión constante que Eddie comenzaba a odiar. Sólo quería jugar y marcharse a casa. Odiaba atender a la prensa. Los actos públicos, como aquella cena a la que evitó ir por todos los medios. Aunque fue imposible, siempre estaba localizado.
La temporada rookie fue un despropósito a nivel de equipo. Pero el destino quería premiar a los Rockets con la primera elección del draft de 2002, donde llegaría Yao Ming. Tomjanovich soñaba con aquella pareja interior, donde Yao y Eddie serían imparables desde el primer año. Todo estaba preparado para una nueva era dorada en Houston.
Entonces, llegaron los problemas fuera de la cancha. Porque dentro de ella, Eddie Griffin dejó grandes momentos, entendiéndose a la perfección con algunos de sus compañeros. Sin embargo, llegó el día del primer escándalo. A principios de abril de 2003, la policía paraba a Eddie Griffin y era detenido por posesión de marihuana. Griffin declaró al día siguiente que el incidente no iba a afectar a su juego, pero que sabía que había decepcionado a muchas personas. “I can't erase it”, concluyó.
El verano llegó, y los Rockets no lograban entrar en playoffs. Tomjanovich dejaba la franquicia, y en su lugar, llegaba Van Gundy. Poco antes del draft, los Sonics se interesaban en Griffin, ofreciendo dos primeras rondas por él. Sin embargo, Van Gundy confiaba en él, y no aceptó que se realizara el traspaso.
Pero Van Gundy encontró en Griffin a un jugador que no se parecía en nada a aquel chico que creció junto a Marvin Powell. Era callado, nunca se enfrentaba a nadie, vivía bajo una coraza que nadie podía atravesar. Una mañana, tras las vacaciones, Van Gundy le dijo a Griffin dónde debía ir para iniciar su preparación física. Le dio las instrucciones exactas para llegar y encontrarse con el entrenador asistente. En vez de hacer lo que le habían dicho, Eddie salió, sin decir nada, se dirigió al parking, se subió al coche y se marchó.
Tras aquello, Griffin volvió a unirse a sus compañeros antes de un partido de pretemporada. Pero Eddie no estaba bien. Él mismo lo reconocía. Cada vez iba a peor. Cuando vio que era hora de subir al avión, tomó el camino de vuelta a casa y desconectó los teléfonos. Pasó dós días seguidos en el sofá de casa, sin moverse de allí. Los Rockets le suspendieron dos partidos, y él lo aceptó sin rechistar.
Después, llegó el incidente con una mujer, Joann Romero. Griffin fue sorprendido con ella en la cama, y la echó a voces, golpeándola, supuestamente, e incluso disparando al coche cuando ella se marchaba. Griffin no fue acusado, pues no se evidenció la agresión ni se hallaron pruebas de los disparos, aunque se interpuso una orden de alejamiento. Pero los Rockets tomaron cartas en el asunto, y enviaron a Eddie Griffin a una clínica para ser tratado de su depresión. Allí, habló por fin de la muerte de Marvin, de cómo todo había cambiado sin él a su lado. De cómo Eddie Griffin había tocado la cima, y ahora no podía salir del pozo.
Pasó seis semanas en la clínica, y después decidió curar su depresión con alcohol. Los Rockets no aguantaron más, y decidieron prescindir de él. Melvin Hunt era la persona más cercana, dentro de la NBA, a Eddie, y pasaba días buscándolo, pues no había forma de dar con él. La preocupación era constante. Intentó hablar con Eddie, buscar alguna solución. Pero no era posible.
La depresión de Eddie se acrecentó con el alcohol. Pasó a ser un chico violento, incluso en casa. La policía tenía que acudir dos o tres veces por semana. Su madre, estaba desesperada. Una noche, Eddie explotó. Destrozó la casa, y Queen Bowen llamó a la policía. “Traed pistolas, no sabéis lo que puede pasar aquí”, les dijo. Al llegar la policía a casa, encontraron a Eddie tranquilo, con las rodillas en la cara y acurrucado, gritando de desesperación.
A pesar de todo, la NBA siempre abre sus puertas a los jóvenes con talento. Siempre hay un entrenador, un dueño, un general manager, que cree que puede encauzar el carácter de un jugador indomable. Que siempre pueden sacar lo mejor. Y así ocurrió con los Nets y Eddie Griffin. Ed Stefanski pensó que él podría ser la persona que Griffin necesitaba. Firmó al joven, de 21 años, al mismo joven que traspasó en el draft de 2001. “Estoy muy contento de tener otra oportunidad. He estado muy deprimido, pero ahora me siento al cien por cien”, declaró Eddie Griffin.
Griffin no disputaría un solo segundo con los Nets.
Eddie se alojaba en el Reinassance Meadlows Hotel. Una noche, en el mismo hotel, se celebraba una boda. Griffin no estaba invitado, pero bajó, y comenzó a fimar algunos autógrafos y a hacerse fotos, incluso a ofrecer invitaciones para algún partido de los Nets. Comenzó a beber, ejerciendo de invitado especial de la boda. Cuando la fiesta acabó, Dodds, el novio de la boda, subió con su reciente esposa a su habitación del hotel en la tercera planta. Griffin subió poco después hasta el tercer piso, y comenzó a golpear la puerta de los novios. Eran las cinco de la mañana, y Dodd abrió la puerta asustado. Allí, se encontró frente a él a un enorme Eddie Griffin, que comenzó a golpearse el pecho de forma amenazante, queriendo asustar a los novios. Dodd cometió un error: lanzó un insulto racista sobre Eddie, que respondió de forma agresiva. Algunos invitados de la boda salieron a ver qué estaba ocurriendo, terminando todo con un puñetazo de Griffin al hermano de Dodd. Poco después, la policía llegó al hotel y encontraron a un Eddie Griffin calmado y cooperador, y cerraron el caso diciendo que no era más que una pelea debido al alcohol.
Griffin le comunicó a los Nets que no estaba preparado para volver a la NBA, y Ed Stefanski se desesperaba. Eddie se comprometió a ingresar en el Betty Ford Center, uno de los centros de desintoxicación más prestigiosos del mundo, situada en California. Sin embargo, pocos días después de su compromiso para ingresar, en su vuelta a Houston, Eddie volvió a ser detenido, esta vez por violar la orden de alejamiento que le había sido impuesta tras el incidente con Joann Romero.
Esta vez, la justicia sí actuó. El juez ordenó la tutela de Eddie Griffin por parte de John Lucas y su inclusión en el programa de rehabilitación que el propio Lucas dirigía. El mismo John Lucas que fue número uno del draft en el año 1976 y que tuvo que abandonar su carrera por problemas con las drogas y el alcohol. Sin embargo, su desintoxicación fue todo un éxito y tras ello, regresó a la NBA dirigiendo a varios equipos, y finalmente, iniciando su programa de rehabilitación.
La temporada que debió disputar con los Nets llegó a su fin. No volvió ese año a una cancha, pero superó con éxito el duro régimen de Lucas. Griffin estaba completamente limpio y preparado para volver a las canchas. Tuvo una oportunidad. Una última oportunidad para que su talento brillara en la NBA. E iba a ser en Minnesota, bajo la atenta mirada de Kevin Garnett. El propio Garnett lo dijo: “tiene potencial para ser especial. El único que puede parar a Eddie Griffin es el propio Eddie Griffin”.
Algo había cambiado. Eddie volvía a ser el mismo. Su temporada 2004-2005 fue inolvidable. Como inolvidables sus 12 rebotes en un único cuarto. O los 23 puntos ante los Hornets. O los 27 tantos y 11 rebotes en su regreso a Philadelphia, a su hogar. Eddie bajó su rendimiento tras el primer mes, donde fue uno de los líderes de los Timberwolves, pero confiaron en él al finalizar el contrato. 8.1 millones de dólares en tres temporadas de confianza, para ser más exactos. Eddie tenía su primer gran contrato en sus manos. Todo dependía de él.
O no. Flip Saunders era despedido, McHale ocuparía el banquillo poco tiempo ya que en ese mismo verano, Dwayne Casey tomaba el mando de los Timberwolves mientras que Kevin McHale pasaba a los despachos. Casey no contaba demasiado con Griffin. Por no decir que no contaba con él. Prefiería hombres interiores más fuertes físicamente. Eddie se lamentaba, pues reconocía que le era duro levantarse cada mañana sabiendo que no iba a jugar. Aún así, tenía 24 años y toda una carrera por delante.
Mas todo se truncó. De nuevo el alcohol hacía acto de presencia. Griffin, que estaba sometido a controles diarios para conocer si había bebido o no, logró esconder sus fiestas hasta a su propio abogado, que prácticamente vivía con él. Una mañana, mientras desayunaban a las siete de la mañana con total normalidad, Eddie superó con creces el límite marcado en su tasa de alcoholemia. Algo realmente inexplicable, pues su abogado, Rusty Hardin, había estado con él desde que se despertó y no llegó a oler alcohol en ninguna habitación de Eddie.
El incidente del hotel, los problemas con el alcohol, su falta de compromiso y su depresión guardaban aún un incidente más. Era el 30 de marzo de 2006. Las 2.20 de la madrugada. Los Timberwolves acababan de jugar ante los Orlando Magic, con victoria de los lobos. Eddie había jugado apenas 14 minutos. Un enorme Cadillac Escalade entró en un parking, frente a una tienda de comida local, a más velocidad de la que debía. Chocó violentamente contra un coche aparcado, perteneciente a Jamal Hassuneh, quien se había despertado por el ruido y observó por la ventana que era su coche el que había sido golpeado. El Cadillac Escalade estaba completamente destrozado, con los airbags fuera y... con una película porno en el televisor del propio vehículo.
Eddie Griffin salió del coche, con evidentes síntomas de estar ebrio, como poco, y prometiendo a Jamal que le compraría el coche que quisiera. Cualquiera. Excepto un Bentley. Todo ello si no llamaba a la policía y le permitía marcharse del lugar. Sin embargo, dos agentes terminaron apareciendo en la escena. Griffin repetía que pagaría cualquier cosa por evitar ir a la cárcel. “I'll lose everything. Just take me home”, repetía.
Tras ser detenido, Griffin intentó sobornar a la policía. "I'll lose everything", repetía.
Griffin colisionó con el otro vehículo al encontrarse en estado de intoxicación y por ir masturbándose mientras conducía, de acuerdo a los testigos y a las cintas de vídeo de la tienda de comida. Griffin fue llevado a casa, aunque los agentes se negaron a recibir ningún tipo de soborno por parte del jugador de los Timberwolves. Eddie comenzaría la temporada con los Wolves, pero duraría poco. Trece partidos más, sólo trece partidos, que ponían punto y final a su carrera en la NBA.
Eddie volvió a Houston, donde continuaría acumulando problemas legales. El 7 de abril de 2007, era detenido por una pelea en su propia casa con otro hombre. Menos de dos meses después, era arrestado por una pelea con su propio hermano, Jacques. Ambos casos fueron desestimados, lo que permitía a Eddie seguir en libertad. Comenzó a entrenar en privado con Calvin Murphy, quien vio un progreso espectacular en el baloncesto de Griffin, que buscaba su última oportunidad en el baloncesto.
Entonces, apareció una nueva oportunidad. Europa llamaba a su puerta. Un equipo serbio estaba interesado en hacerse con sus servicios. Para Eddie no era un problema, allí jugaban Tony-El y John Allen. Sólo quería jugar, poder disfrutar del baloncesto, no le importaba dónde. Era agosto del año 2007.
Lawndale Avenue, 17 de agosto. El sol aún no tiene intención de salir. Casi no ha cambiado el día cuando el enorme todoterreno cruza la avenida a toda velocidad. Eran las 1:25 de la madrugada. Las luces del paso elevado guiñaban al conductor, advirtiendo del peligro que iba a atravesar esos raíles. Un enorme tren de mercancías hacía chirriar las vías del tren. No había nada que hacer. El estruendo del golpe alarmó a los vecinos, a los dueños de los pocos comercios que permanecían abiertos. El sonido, el fuego. La desesperación, el sufrimiento. El conductor murió en el acto.
Jessica Jiménez, la pareja de Eddie Griffin, llamó a Jacques, con quien había pasado Eddie gran parte de la noche. Eddie no cogía el teléfono. Jacques tranquilizó a Jessica, pues no era la primera vez que ocurría esto. Pero pasó el tiempo. Y no aparecía.
Todos temían lo peor.
Y se confirmó.
Se reconoció el coche de Eddie Griffin, domiciliado en casa de Queen Bowen, su madre. Era necesario que acudiera para reconocer el cadáver. Y así fue. En la autopsia, se descubrió que Eddie Griffin triplicaba la tasa del alcoholemia permitida en el momento de la colisión. No se aclararon los acontecimientos. Quizás quedó dormido al volante. O quizás, el propio Eddie quiso poner fin a su historia. Para volver a encontrarse con Marvin.
Funeral de Eddie Griffin. pic.twitter.com/bXMczz1lnm
— Eddie Griffin Fans (@EddieGriffinFan) noviembre 9, 2015
Esta es la historia de Eddie Griffin. De cómo los focos de la NBA cegaron a un joven que perdió a su guía en la vida. Una historia que acabó cambiando los flashes de las cámaras por el parpadeo ámbar de aquellos semáforos de advertencia. Una historia que debió brillar y brindar felicidad, y que acabó en llamas y gritos de dolor. La historia de Eddie Griffin y su inocencia perdida.