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Lou Roe, el titán que venció en su propio infierno

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18/07/2016 - 12:00

El cinco de mayo de 2012, a sus 39 años, Lou Roe colgó las botas. Al otro lado del mundo, la mayor parte de los seguidores del baloncesto español acogieron la noticia en silencio. Era un momento solemne: todos pertenecían o seguían a un equipo de la ACB que había sufrido aquella impresionante maquinaria. Aunque fuera en una jugada puntual, un pequeño revés, un chispazo aislado; de frente o de espaldas, todos se habían rendido a esa sombra que se volvía tan larga cuando Lou iniciaba el salto. Muchos le habían perdido el rastro a un jugador inolvidable. Por aquel entonces se ganaba la vida en Sudamérica. El que más y el que menos intuía que, donde quiera que estuviera, seguiría conquistando pinturas. Ése era su trabajo.

 

Un pívot de dos metros

La ACB lo definió en un vídeo-homenaje como el americano total. Desde luego, probablemente Roe representaba mejor que muchos ese perfil de jugador en nuestro país. Primero de la segunda ronda del Draft de 1995 -el año de Kervin Garnett, Rasheed Wallace o Antonio McDyess-, fue uno de aquellos jugadores que, frustrado demasiado pronto su sueño en la NBA, se vieron obligados a mirar hacia Europa. Había mucha expectación en cuanto a su futuro nada más terminar su etapa universitaria, con una llamada de Michael Jordan de por medio para participar en la puesta a punto de la leyenda de los Bulls tras su primera retirada. Nadie mejor que Jordan definiría el carácter, la esencia del juego de Lou Roe, antes de su llegada a nuestro país: “Me encantan los jugadores duros, son los que respeto de verdad”.

Pero tuvo que despedirse de la NBA. Le tocó desafiar a su propia suerte fuera de su país, con una sorprendente condición para los jugadores de su posición y perfil, básica para el oficio de los hombres interiores. Siempre se supo y siempre hubo que recordarlo. Lou Roe medía alrededor de dos metros. Dos metros justos que no le impedían, sin embargo, hacer temblar a quien fuera cuando le daba la espalda. Buscó el contacto sin medir centímetros ni cabezas y supo dar siempre los pasos necesarios hacia el aro. En el recuerdo de todos estarán sus cien mil saltos a canasta, entre una maraña de brazos y ante pívots inmensos. Cada vez que enfilaba el aro, todos cogían aire y él lo soltaba. Caía con todo el peso de aquella magistral máquina de músculos. Con ella nos explicamos su capacidad para ganarse la zona y a la vez mostrarse inamovible, pasar del puesto de cuatro al tres o al cinco puro y cruzar la zona desde la línea de 6.25 en cuestión de segundos.

Ese cuerpo explica por sí solo el éxito que tuvo en nuestra liga. Jugó más de 250 partidos en la ACB y entre todos ellos acumula una media que le hace justicia: 17.5 puntos, 7.4 rebotes y 20.1 puntos de valoración. Números descomunales que no transmiten su fiereza en el aire, pero a los que habría que sumar 19 títulos individuales de Mejor Jugador de la Jornada. Con ellos lidera la lista de históricos MVPs y empata en el puesto con un nombre de leyenda como es el de Arvydas Sabonis. Son sólo números, datos que lo convierten en un jugador memorable. Van a cumplirse ya diez años de esta historia que lo hizo irrepetible.

 

El gladiador de San Pablo

Lou Roe fue de nuevo el mejor de un Caja San Fernando que tiene la Copa al alcance de su mano
Lou Roe fue de nuevo el mejor de un Caja San Fernando que tiene la Copa al alcance de su mano
La temporada 2005-06 fue la más negra –hasta la fecha de entonces- del Caja San Fernando. El club sevillano, histórico por su continuidad en ACB desde que ascendiera en 1989, rozó el cielo mientras se despedía del siglo XX. La 98-99 sorprendió a muchos jugando las finales de Copa del Rey y ACB tras saldar con el tercer puesto de la tabla la fase regular. La 99-00 cayó en semifinales de la Copa y llegó cuarto al Playoff, derrotado en cuartos de final mientras batallaba en Euroliga. Un año después, todo se torció. Tras la salida de Javier Imbroda, artífice de aquel proyecto tan poderoso, el club quedó a la deriva mientras intentaba una y otra vez volver a la élite. Marco Crespi, Gustavo Aranzana y Velimir Perasovic fueron desfilando con un presupuesto pudiente, pero incapaces de volver a quedar entre los ocho primeros. Una y otra vez, el Caja San Fernando no pasaría del duodécimo puesto. Para servir a Perasovic, que por entonces se estrenaba como entrenador, se llevó a cabo un fichaje extraordinario: Lou Roe.

En Etosa Alicante había cerrado la fase regular con los mejores números de la liga (casi 21 puntos y 8 rebotes, 24.3 puntos de valoración), pero el título de MVP se lo llevó Andrés Nocioni en Vitoria. Ya se lo habían concedido cuatro años antes en Gijón, así que poco importaba. Fue llegar a Sevilla y asumir su rol de líder con una campaña inmaculada, sumando 21 puntos y 9 rebotes por partido, pero el equipo volvió a quedarse fuera del Playoff. Tras una frustrante experiencia con Perasovic, que saldría peleado con parte del vestuario y sus seguidores, la directiva sevillana decidió dar la alternativa a Javier Fijo, entrenador asistente local que ya había asumido las riendas tras la marcha de Imbroda.

Arrancaba así aquella temporada, con un hombre de la casa que se convertía a la vez en el primer sevillano que dirigía un equipo ACB. El Caja San Fernando mantuvo en su plantilla a uno de los tiradores más peligrosos de la liga, Donatas Slanina, junto a Cazorla, Cherry y el británico Darren Philip. Además, llevó a cabo un fichaje con experiencia en la Selección y renombre, Carles Marco, y el del croata Longin, que había llamado la atención en la Cibona. También incorporó a Aaron Jordan Bramlett, un estadounidense que había rendido bien en Valladolid y Lleida, como alternativa a la incompatibilidad entre Roe y Evtimov. Finalmente, asumió la continuidad de Kaspars Cipruss, una promesa que venía arrastrando por sus 2.11. Las primeras sensaciones, con la plantilla al completo y ya en funcionamiento, fueron buenas. El objetivo de ocupar un puesto entre los ocho primeros parecía factible. Muchos no se esperaban el devenir de los acontecimientos.

 

El primer susto, en pretemporada

El primer aviso llegó con un golpe de calor. Era agosto y el equipo sevillano preparaba la pretemporada. Todo el mundo conoce el sofocante calor sevillano. Cima del clima mediterráneo que sacude el sur de nuestro país, y con rachas que no muestran ninguna compasión hacia los termómetros, compensa las “suaves” treguas nocturnas a treinta grados con un toque de queda natural que vacía las calles a las cuatro de la tarde.

Reunidos todos los jugadores y ya empezado el entrenamiento, Roe se desmayó. Todos acudieron al auxilio de su jugador franquicia, tumbado en el parqué, después de llamar al servicio médico. Raúl Pérez, capitán del equipo aquel año, recuerda: “Tenía el cuerpo rígido, los abdominales montados. Nos miró a todos y empezó a temblar”. Su físico privilegiado, sin apenas lugar para acumular grasa, cedió a la deshidratación. No era la primera vez, ya le había ocurrido en mitad de algunos partidos en Gijón. Una ambulancia se llevó al jugador y sus compañeros intentaron olvidar la impactante imagen del gigante derrumbado.

Tal vez fue una señal. Este pequeño acontecimiento no fue a más ni influyó sobre el ala-pívot en su inicio de temporada. De hecho, Lou Roe se estrenó con 33 puntos y 9 rebotes, un total de 40 puntos de valoración, ante el Menorca. Fue la primera victoria de su equipo, con un marcador muy alto (119-107) que debió servir de aviso sobre el bajo nivel defensivo de aquel Caja San Fernando. A su estreno victorioso siguieron cuatro derrotas seguidas y, entre ellas, Roe medio cumplió en el plano individual con 21 puntos en Alicante y otros 25 y 6 rebotes ante el Leche Río Breogán. Roe volvió a liderar al equipo hasta una segunda victoria en Fuenlabrada con 28 puntos y 8 rebotes (33 puntos de valoración), secundado por Slanina y sus 20 puntos y 6 asistencias (para otros 32). A ese 81-97 con el que los sevillanos frenaban la racha de derrotas siguió una nueva caída en casa, ante Valladolid, por 82-91. Roe volvía a relucir, asumiendo su rol de líder con 21 puntos, pero estaba claro que no era suficiente. Se acababa el tiempo.

 

La llegada de Manel Comas

 

El Caja San Fernando se descubrió decimoquinto en la tabla y a una derrota de los puestos de descenso. Su balace de 2-5 apuntaba ya que algo no funcionaba. Roe estaba demasiado solo, Carles Marco no rendía al nivel esperado y Bramlett empezaba a decepcionar. Lo peor de todo es que la situación fue pesando gradualmente sobre el vestuario, viciándose a cada derrota, y parte de la culpa la tuvo el mismo Lou.
Él quería anotar, anotar, anotar… Estaba atento a todo. Siempre quería estar sonando, porque se lo podía permitir”, recuerda Raúl Pérez. Efectivamente, su liderazgo marcó aquel vestuario y le dio plenos poderes sobre los demás. Ese continuo instinto de superación, el que le llevaba a disputar la pintura habiendo perdido ya de antemano la lucha de los centímetros, lo aplicaba a todo el equipo. Si no le llegaba bien un pase, fulminaba a su compañero con una mirada. Si no se cumplía correctamente con el sistema, si se fallaba en un gesto técnico, si no llegaban balones al poste bajo. Esto le pesó muchísimo a Marco y dividió a los compañeros. Recuerda Carlos Cherry: “Cuando le conocías bien entendías que lo único que quería era ganar, a cualquier precio y como fuera. Había gente que le entendía y gente que no. Como a los genios”.
Así pues, desde la directiva no se hicieron esperar. Javier Fijo duró siete jornadas en el banquillo, hasta la derrota ante Fórum Valladolid. Para enderezar la situación, el club sevillano contrató a Manel Comas, y lo suyo fue llegar y pegar. El Sheriff se estrenó con victoria en Manresa (71-77), Marco repartió 12 asistencias para sus dobles figuras y hasta Cipruss se sorprendió a sí mismo cogiendo 6 rebotes y poniendo 3 tapones. Roe siguió a lo suyo y firmó 28 puntos y 8 rebotes (30 puntos de valoración), pero Comas no tardó en cargar contra él.

 

“Puedo hacer una lista de liderazgos de jugadores extraordinarios que son auténticos disgregadores de grupos. Es una cuestión de carácter, y precisamente lo que tenemos en el equipo es demasiada buena gente con sumisión a según qué cosas ocurren en el vestuario. Es un tema de roles que cada uno tiene que asumir, y no diez individuos con pantalón supeditados a la dictadura de nadie, la dictadura de los números, de la valoración o lo que sea”, declaró ante los medios. Comas fue claro, directo, como siempre: “Hay que incorporar a gente que tenga el carácter suficiente para decirle ‘oye, o te pones las pilas o durante cinco ataques no vas a ver la bola por mis pelotas’, y eso ocurrió en Alicante. Hablamos de gente que llevan dos descensos a sus espaldas, del mejor jugador de la liga que hace dos años en Alicante tras la primera vuelta estaba con dos victorias y tuvieron que venir Quince Lewis y Pepe Sánchez para decirle las cosas claras”.

Comas señaló a Roe como un jugador válido, pero tenía claro que la situación se debía a cómo manejaba el vestuario y el lugar que dejaba a jugadores como Slanina o Longin. Incluso apuntó al estado de ánimo de Marco, con el que ya había coincidido en el Joventut. “Mi obligación es proteger al grupo. Nos estamos jugando la franquicia. La quimioterapia no funciona y hay que poner el bisturí y remar juntos”, remató. Estas palabras buscaban hacer reaccionar a todo el vestuario, pero no mejoraron lo que ya había. La prensa llegó a decir que el jugador estaba en venta. “En aquel momento, a los que estábamos más cerca de Lou no nos sentó nada bien y nos pareció una falta de respeto”, aclara Cherry a día de hoy. Después de aquello, Roe pasaría varias semanas sin hablar con nadie. Prefirió la soledad. Y habló en la cancha.

 

El despertar de la épica

El calendario complicó todavía más la situación. Los sevillanos se enfrentaron al Madrid, Barcelona y el Joventut de Aíto García Reneses. Cedieron tres derrotas a pesar de los 28 puntos de su estrella en Badalona y pusieron rumbo a Girona para enfrentarse a ese Akasvayu que reunía a piezas de la talla de Roberto Dueñas, Germán Gabriel, Räul López o Fran Vázquez. Lou Roe pudo con todos y sumó 30 puntos y 13 rebotes (38 de valoración) mientras Marco remataba por fuera y Slanina surcaba de lado a lado la zona. Aquella victoria les permitió volver a quedar un escalón por encima de los dos puestos de descenso.

El principal objetivo sevillano pasó a ser hilar al menos dos victorias seguidas. Lo logró con otro partido titánico de Roe (32 puntos) secundado por Longin (21) en casa ante Estudiantes y visitando Granada. Volvió a superarse nuestro protagonista en Menorca con otros 33 puntos, 11 rebotes y 4 tapones para la brutalidad: 45 puntos de valoración. El rumbo era ahora irregular. La directiva cortó a Bramlett y fichó a dos jugadores griegos: Ioannis Giannoulis, que daría lo justo y necesario como fuelle interior, y Nestoras Kommatos. La segunda incorporación fue especialmente celebrada por el salto de calidad que suponía, pero tardó nueve jornadas en convertirse en un nuevo incordio para el vestuario y fue despedido.

La vigésimo segunda jornada puso al Caja San Fernando en su sitio. Aquella era otra ACB. La liga se había roto muy pronto en dos, entre los equipos que aspiraban al Playoff, con el Real Madrid octavo, y los que luchaban por evitar el descenso: Fórum Valladolid, Etosa Alicante, Llanera Menorca y Ricoh Manresa, con un balance de 7-15. Con una sola victoria más resistían los sureños y parecían a punto de distanciarse hasta que un triple imposible, sin tiempo, casi fuera de la pista, un triple de pesadilla de Albert Oliver, para frotarse los ojos hasta quemarlos, dinamitó lo construido.

A estas alturas, contra las cuerdas, los partidos empezaban a saber a sangre. El Palacio de Deportes de San Pablo, histórico entre los pabellones más fríos de la competición, acudía para poner aliento. Reunía a más seguidores que estos años que vivimos, pero sobre todo se hacía notar el vínculo entre el equipo y su afición. El Palacio vivía los partidos con vocación de coliseo, animaba cada lucha contra el descenso y Roe les correspondía como el más digno gladiador.

Esta derrota inesperada ante un rival directo como Manresa inició una nueva racha negativa mientras la plantilla arreglaba sus problemas fuera del parqué. Darren Phillip se prestó y medió, sobre todo con Roe. Todos los jugadores tuvieron que decirse las verdades a la cara en comidas y cenas, las concentraciones en el hotel o reuniones con Comas. Todos tuvieron que hablar y escuchar para entenderse y llevar este trabajo de grupo a la pista. Para su visita a Málaga, los sevillanos incorporaron al australiano Chris Anstey y estuvieron a punto de sorprender a Unicaja con Lou jugando de alero titular. Pero volvieron a caer. Las continuas derrotas complicaron la posición en la tabla, pero justo a tiempo llegó el Leche Río Breogán para gloria cajista: Cazorla secó a Pete Mickeal, Giannoulis se multiplicó y nuestro protagonista puso los 23 puntos, 9 rebotes y 4 tapones. 31 puntos de valoración que respaldaron una victoria de equipo.

 

Roe, a cuarenta grados

Tras la primera llamada de atención, Manel Comas ya no vacilaba a la hora de señalar las virtudes de Roe. Cualquier dato del equipo contrario iba para él. Cualquier dato motivador partía de él. La consigna general era clara: “Hay que darle balones a Lou, ¡buscad a Lou, a Lou, a Lou!”. Así llegó el duelo clave de esta historia, justo cuando ya se asomaba Alicante por el retrovisor; en Sevilla, ante la Penya. La noche previa al encuentro, Roe se vio con la garganta inflamada y Manuel Zurera, médico del equipo, tuvo que desplazarse hasta su casa a altas horas de la madrugada. Para agravar más el imprevisto, Giannoulis estaba lesionado. Al día siguiente, domingo, todas las miradas apuntaban al mismo lugar. 6.400 personas esperaban desde las gradas a Lou Roe. Éste, entre cleenex y toallas, tosiendo y tratándose con efferalgan, veía cómo cada compañero le preguntaba: “¿cómo estás, Lou?”, “¿cómo te sientes, Lou?”. Alguna voz ya se atrevía a predecir: “Tú tranquilo, que si no puedes ya te ayudaremos”. Él, sudando por la fiebre, repetía lo mismo: “Ok, ok”.

Pocos habrían podido predecir lo que iba a pasar. Dentro de él todo podía derrumbarse, pero su mirada dentro del vestuario era la misma. “En realidad era una persona jovial”, recuerda Raúl Pérez, “pero en cuanto entraba en el vestuario, cuando empezaba la charla, su expresión cambiaba. Se volvía muy serio. Transmitía responsabilidad. Era la cara de un tío ganador”. Remarca Cherry: “No sabíamos si iba a jugar el partido, pero Lou era especial; un tipo callado, pero también un guerrero… Pocas veces he jugado con alguien con esa mentalidad”.
Ante el DKV Joventut, flamante campeón de la Eurocup. El soñado proyecto de Aíto. Ese equipo que disfrutaba de Elmer Bennet mientras Rudy Fernández apuntaba (ese partido ya lo hizo con 23 puntos y 7 rebotes, 33 puntos de valoración) a las estrellas. Por encima de todo eso pasaron Ansley (15+11), Slanina (21 puntos con un 5/6 en triples) y Lou Roe, que jugó 37 de los 40 minutos y logró con mucho esfuerzo 17 puntos y 15 rebotes, un doble-doble heroico. Manel Comas descubrió el pastel en rueda de prensa: “Lou tenía cuarenta de fiebre y ha hecho un esfuerzo increíble por estar aquí”.

Tal vez Comas exageraba, pero lo cierto es que el mimo con el jugador fue máximo. Su historial ya recogía actuaciones infiltrado, tanto en Gijón como Alicante, de las que había salido triunfador. En unas declaraciones a la ACB, antes de llegar a Sevilla, el mismo Roe ya había hablado de su especial umbral del dolor: “Mi primer año en UMass me torcí el tobillo como veinticinco veces y mi entrenador me gritaba: ‘¡No me importa que te duela, véndatelo y sal a jugar!’. Así conseguí tener más tolerancia a la hora de jugar lesionado, pero creo es una cuestión mental. Si tu mente puede dominar a tu cuerpo, todo resulta más fácil. No es fácil jugar con dolor, pero algunos jugadores no tienen esa tolerancia. La mía es un poco mayor que la de los otros, pero hago lo que tengo que hacer: salir ahí fuera y jugar”.

Tres días después tocaba viajar al Palacio de Vistalegre para enfrentarse al Real Madrid de Rakocevic, Felipe Reyes, Hervelle o Bullock. Ya en la previa le preguntaron a Comas por Roe, todavía convaleciente, y éste dejó claro que la decisión dependía hasta el último minuto del jugador. Esta vez el Caja San Fernando deshizo una desventaja de casi veinte puntos, forzó la prórroga y la ganó con Roe bien arropado. Darren Phillip se creció por dentro (16+11), Marco y Longin ayudaron (12 puntos con 8 asistencias y 18 puntos, respectivamente), pero ese 23 a la espalda cargó con casi cuarenta minutos para sus 16 puntos y 9 rebotes. La gesta dependía de él y hubo proeza.

 

Épica, heroica, memorable

En estos dos partidos, los de la amigdalitis, a tan altas temperaturas, estuvo la salvación. Así lo recogía la crónica del ABC: “Épica. Heroica. Memorable. Hazaña. Machada. Golpe de Estado en Vistalegre. El Caja San Fernando reventó todos los pronósticos. Se decía en la previa que el zarpazo era posible. Lo fue”. Roe firmaría ya un gran tramo final sometiendo al Granada (14+7), casi se le atragantó al Estudiantes y ya volvió a destrozar al Akasvayu (30 puntos, 6 asistencias y 2 tapones, 34 puntos de valoración). La penúltima jornada, el Caja compitió y terminó cediendo al TAU de Scola con otra más de Roe (26+6+5 y 3 tapones, 30 de puntos de valoración) para celebrar que confirmaba su permanencia. Ricoh Manresa y Leche Río Breogán terminaron ocupando las plazas malditas y Lou se despidió con otros 26 de valoración (16 puntos, 9 rebotes, 3 tapones) ante Gran Canaria.

Sus números finales, los que terminaría poniendo al servicio del equipo, fueron los 19.7 puntos, 7.2 rebotes y 1.5 tapones para 22.2 puntos de valoración por partido. Fue su última campaña en el Caja San Fernando y ya no volvería a rendir al mismo nivel. Se marchó a Corea, jugó la LEB, el TAU lo incorporó como refuerzo secundario… Pero dejó sombra allí por donde pasó.

Si algo recuerdan en Sevilla son sus vuelos y caídas sobre el aro. Recuerda Cherry: “Lo veías y sentías envidia; un tipo delgado de 1.98 peleando la pintura con los Felipes, Borchardt, N’Dong… No le tenía miedo a nadie. Creo que lo que le hizo ganar partidos como el de Madrid fue su mentalidad ganadora, algo que quizás a los españoles nos faltaba un poco”. Recuerda Raúl: “Todos queríamos que corriera el contraataque, que estuviera solo y pudiera hacer una jugada espectacular. Cuando hay jugadores de ese calibre hay que aprovecharlos, lanzarles cuantos más balones arriba mejor. Y era un gusto poder hacer eso: tirar un triple, no meterlo y que él la cogiera desde arriba para pegar el mate”.

Curiosamente, si acudimos a su hoja de servicios y miramos el palmarés, sólo figura un registro: la medalla de bronce en los Goodwill Games de 1994 con la selección estadounidense. Nada más, y no hace falta. Lou Roe no ganó en sus 17 años de carrera ningún título. Lo suyo, su verdadero trabajo, era otro. Él ganaba partidos.

Este artículo fue publicado en el nº11 de Cuadernos de Basket (verano de 2014).


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