Abril de 2006, jornada 27 de la ACB, Sevilla. El Caja San Fernando vive una de sus peores temporadas. Siempre a un partido del descenso, se enfrenta al Joventut de Aíto García Reneses y un jovencísimo Rudy Fernández que hace sangrar sus defensas hasta firmar 23 puntos. El Palacio de Deportes de San Pablo contempla abarrotado los esfuerzos de Manel Comas por cambiar el peor de los destinos, casi garantizado tras una primera vuelta terrible. El entrenador catalán observa preocupado cómo su equipo tropieza una y otra vez con la línea de 6.25. Ni Carles Marco, ni Branimir Longin, ni Cazorla, ni Cherry logran acertar. Manel Comas se gira hacia el banquillo, da una voz y al momento, para el asombro de muchos, se levanta Raúl Pérez. Cabello rizado y oscuro, su nueve a la espalda apenas se ha visto durante la temporada. A sus 37 años, su papel en el vestuario es más bien simbólico; apenas un puñado de partidos, por los que promediaba poco más que dos puntos y con valoración negativa mientras se acercaba su retirada. Con Raúl se alza un murmullo general que crece cuando éste desde la esquina, en el único minuto que duraría sobre la pista, tira su triple. El mismo de siempre: una larga parábola por la que el balón sube y sube y, cuando por fin cae, hace estallar el perímetro.

Raúl no estaba familiarizado con los conceptos más básicos del baloncesto. A punto de cumplir los 17, dijo que sí y se vio de la noche a la mañana jugando de pívot. "Yo era muy coordinado para todos los deportes, pero en la forma de entender el juego y las reglas andaba un poco perdido. Más o menos sabía botar, sabía pasar... pero ya no se trataba de jugar con mis amigos un dos para dos o un tres para tres". En dos años de intenso aprendizaje, con el Natación se vio campeón de Sevilla para luego acudir al Campeonato de Andalucía en Jaén, disfrutar del baloncesto y un grupo de compañeros con los que daba la bienvenida a esos hermosos años de juventud. Justo entonces pareció repetirse la misma historia. Desde el Caja San Fernando se pusieron en contacto con su padre para ofrecerle plaza en un equipo filial que pretendían montar en Coria del Río. Raúl volvió a aceptar mientras desde el Natación pedían una compensación que terminaría llegando en forma de material deportivo. Llegó a Coria y allí se encontró con Fulgencio Casanova, que sería el primero en hablarle del tiro exterior. "Tenía las piernas muy desarrolladas, pero en realidad era muy delgadito y claro, yo me pegaba, pero Fulgencio empezó a pedirme que tirara desde cinco metros. Y fue ahí donde encontré un arma".
"Me salía así, era acompañar el tiro. Cada uno tenemos nuestra forma de coger el balón y articularlo. Yo lo hacía muy lateral, no levantaba el balón arriba, lo cogía y lo impulsaba"
Ante su carencia de conceptos y con mucho trabajo por hacer, poco a poco las sesiones de entrenamiento individual fueron concentrándose en este aspecto. "Mi tiro ha sido algo innato. Yo siempre lo digo: lo he trabajado, lo he currado y me ha gustado, pero no ha sido machacarme como le he visto a otros compañeros míos, que era trabajar y trabajar, repetir y repetir". Bajo las indicaciones de Casanova, la pintura fue dando paso al perímetro para empezar a arquear esos lanzamientos como si justo así lo dictara la muñeca. Los tiros entraban, pero de una manera ya peculiar. "Me salía así, era acompañar el tiro. Cada uno tenemos nuestra forma de coger el balón y articular el tiro. Yo lo hacía muy lateral, no levantaba el balón arriba, lo cogía y lo impulsaba. Fulgencio ya me dijo: 'Vamos a ver, acércate el balón a la cara, al cuerpo'. Mi tiro era llegar, estando parado echar el pie hacia atrás y acompañarlo. En carrera me gustaba mucho recibir el balón de derecha a izquierda y tirar". Con la satisfacción de quien encuentra su virtud, ante esos primeros aciertos a pesar de irse alejando de la canasta, Raúl pudo aceptar su nuevo rol de alero y empezar a adaptarse con determinación: "Esto lo voy a trabajar", se decía a sí mismo, "lo voy a pulir".
Lo que se encontró en Coria, sin embargo, fue su primer contrato y sueldo como jugador. Porque en la vida hay que hacer esfuerzos, como se diría a sí mismo una y otra vez, tuvo que mentalizarse nada más descubrirse con veinte años y dinero en el bolsillo para organizar su vida y empezar a plantearse una carrera profesional. El primer paso sería planificar sus viajes hasta Coria del Río: "Mi padre no me podía llevar, mi hermano tampoco y yo no tenía todavía el carnet de conducir. Salía de mi casa a las cuatro menos cuarto de la tarde, cogía el autobús de línea hasta la Plaza Nueva -plaza principal de Sevilla, donde se encuentra el Ayuntamiento y entonces paraba la mayor parte de los autobuses urbanos- andaba hasta la Torre del Oro y allí cogía otro autobús, entre las cuatro y media y cinco menos cuarto, para llegar a Coria y entrenar de seis a ocho u ocho y media. Y después, otra vez para atrás". Dos horas y media aproximadamente de entrenamiento por las que pasaba siete horas fuera de casa y no llegaba hasta las once de la noche. Un primer esfuerzo sobre el que se basó su trabajo aquel año en que ya empezó a meter triples. Eran partidos contra el San Fernando o Algeciras, equipos andaluces ante los que su muñeca empezaba a soltar aquellos tiros de gran parábola y en las retransmisiones locales se podía escuchar: "¡Pero cómo tiró Raúl! ¡Raúl Pérez! ¡El nueve! ¿Pero por qué... por qué le da ese arco tan grande?".
Sus primeros triples tuvieron como espectadores en más de un partido a Alberto Pesquera y José Antonio Parra, entrenador y presidente del Caja San Fernando. El trabajo bien hecho llevaría a este júnior a entrenar con el primer equipo sin llegar a jugar. Preocupado por la falta de oportunidades, se plantó en Madrid para probar suerte con aquel Atlético de Madrid de Baloncesto. Allí, sin embargo, buscaban un cuatro. La lesión de Javier García justo cuando el equipo sevillano, debutante ese mismo año en la ACB, se jugaba un hueco entre los primeros doce equipos que formarían la A-1 la próxima temporada, lo plantó en un Playoff ante el Mayoral Maristas. Sin el factor cancha, con Javier Imbroda en el banquillo rival y Nacho Rodríguez o los Ray y Mike Smith en frente, Raúl Pérez debutó en Málaga. Ésta era su gran oportunidad. El alero del filial se lo repitió una y otra vez, "han confiado en mí", mientras se predisponía a cumplir con el juramento que se hacía durante los entrenamientos con el primer equipo: "Yo esto lo puedo hacer". En su primer partido cumplió con su triple y su canasta, 5 puntos en ocho minutos mientras su equipo caía derrotado. Tras el segundo hubo que frotarse los ojos: ese muchacho de Carmona sorprendió a todos, tiro tras tiro de una muñeca que no se permitió fallar, con 13 puntos mientras su equipo igualaba la serie. Ya de vuelta a Sevilla volvió a lucirse en otros dos partidos sin apenas fallos, con una muñeca que iluminaba las miradas de todos aquellos que hasta el momento ni siquiera conocían a Raúl Pérez.
"Mis compañeros me decían: A ver, Raúl, cuando tú haces tus tiros, nos da tiempo a hablar entre nosotros, a quedar para tomar un café... y cuando ya quedamos, es cuando vamos a coger el rebote"
Inmediatamente pasó al primer equipo para disputar su segundo año en la ACB. Era la temporada 90-91 y el salto con los mayores lo llevó a compartir vestuario con jugadores de la talla de Dan Bingenheimer o Darrell Lockhart. Al año siguiente llegaría Carlos Montes y otro más tarde nuevos referentes americanos como Darryl Middleton ("en aquella época no hablaba, era un americano mudo") o Brian Jackson. Todos ellos atendían sorprendidos a las sesiones de tiro de nuestro sevillano en los entrenamientos y pronto empezaron las bromas: "Vamos a ver, Raúl; cuando tú haces tus tiros, nos da tiempo a hablar entre nosotros, a quedar para tomar un café y discutir si lo hacemos en casa de uno u otro, ver qué hacemos con los niños… y cuando ya quedamos, es cuando vamos a coger el rebote. Fíjate si el balón tarda en caer”. En sus primeras salidas por los pabellones de la ACB, más de una vez tuvo que escuchar un pequeño murmullo ante esos lanzamientos de arco vertiginoso entre los que se distinguía algún "qué chorra", pero que se irían apagando al ver entrar el segundo, el tercero, el cuarto y hasta el quinto triple. Parecía que esos tiros se quedaban cortos y, sin embargo, "si entraban, prácticamente no tocaban la red".
"Mi tiro es innato. Después de fallar tantos lo he podido corregir, que si el codo, que si la altura, la dirección... Pero no me preguntas por qué tiro hacia arriba, porque como tire normal no entra"
Ya entonces sus nuevos compañeros se interesaron por esa mecánica y le preguntaron, como a día de hoy le preguntamos nosotros. Y él nos responde como hacía entonces: "Yo no tiraba a canasta sino que lanzaba, lanzaba hacia el aire, lanzaba el balón y tardaba mucho en caer. Es la forma de coger y pensar el balón. Hay jugadores que por ejemplo arqueaban las piernas, saltaban… yo no. El izquierdo parado, el derecho atrás, acompañaba, ponía los pies en paralelo y para arriba. A mí me han puesto muy pocos tapones en mi vida...". Pero rápidamente se corrige y aclara, entre risas: "Bueno, tengo uno y me pongo la medalla porque para mí fue un honor, aunque para mi entrenador no. Fue en el Valladolid. Era el último año de Pau Gasol en el Barcelona. Hubo una transición rápida en ataque, yo cojo el balón y Pau estaba en la zona. Pau dio un paso, levantó el brazo, y yo me lo pensé demasiado. Gustavo Aranzana me echó la bronca, pero para mí fue un orgullo". Y se ríe, mientras intenta explicarnos lo que tuvo que repetir miles de veces a todo compañero nuevo que llegaba. Incluso en la recta final de su carrera, un virtuoso de la materia como Donatas Slanina le aseguraría: "Raúl, en mi vida he visto tirar como tú, en mi vida". Cada vez que le preguntaban de dónde salía su tiro, le tocaba responder: "Es innato. Yo lo articulo y tiro. Te puedo explicar dónde apunto: a la parte de atrás del aro, depende de dónde esté... Después de tanta experiencia, por haber fallado muchos tiros, los he podido corregir. Que si el codo, que si la altura, la salida del balón de mi mano, la dirección correcta... Eso lo he podido corregir, pero no me preguntes por qué tiro hacia arriba, porque como tire normal no entra".
Y vuelve a reír, como lo hiciera en la temporada 90-91, cuando el Caja San Fernando venció por primera vez al Barcelona -¡y qué Barcelona! Audie Norris, Epi, Solozábal...- firmando 15 puntos, 8 rebotes y 4 robos. Su equipo empezaba a despedirse de Amate, donde había venido jugando como local antes de trasladarse al Palacio de Deportes de San Pablo, y Canal Sur invitó a Raúl a comentar el partido de los domingos por la tarde para alegría de su familia y amigos. Sobre la pista, una de aquellas primeras temporadas, ya se empezó a decir que sus triples, por subir tan alto, caían con nieve. En un Caja-Taugrés, corrían los andaluces una transición rápida en ataque, el balón para Raúl y en frente lo esperaba Juan Alberto Espil. "Me coge en la línea de tres puntos, llego, hago mi derecha-izquierda, él se me pone en frente y tiro". El balón entró y, cuando Raúl bajaba a defender, el argentino lo sorprendió dándole la mano durante esos pocos segundos que se tarda en ir de un lado de la pista a otro mientras exclamaba: "¡Boludo, cómo lo hiciste! ¡felicitaciones ! ¡la primera vez en la vida que me tiran un triple así, en mi cara!".
Raúl Pérez, veinteañero, en Canal Sur
Si alguien marcó aquellas temporadas fue Brian Jackson. Su contratación y llegada a Sevilla sumaba galones a un equipo que quería crecer, pero complicaba los minutos de los canteranos. Aquel alero de pelo largo que metía una tras otra en los torneos de Navidad del Real Madrid mientras Raúl atendía al televisor le estrechaba la mano seis o siete años después. Era "una persona genial, un tío encantador y jugaba a un gran nivel", pero representaba la alta competitividad ante referencias nacionales y extranjeros de peso. Chus Llano, Carlos Montes o Chinche Lafuente hacían sombra a un muchacho que se repetía "esta oportunidad no se me puede ir en la vida".
Mientras tanto, Raúl aprovechaba la pretemporada o los entrenamientos para observarlos y tomar nota, siempre aprender. Mientras, el equipo se hizo un hueco en playoff y sometió al Festina Andorra para encontrarse con el Estudiantes de Alberto Herreros en cuartos de final y caer conquistando una plaza en la Copa Korac. En estos partidos se reivindicaba Jackson hasta el punto de convertirse en el histórico máximo anotador del club en un partido (40 puntos). Raúl sabía que su compañero había firmado para jugar 25, 30 y 35 minutos si era necesario, y se concentraba en mostrarse efectivo para arañar sus propios minutos en la pista, consciente de su creciente rol de especialista. Tenía que trabajar con y contra Jackson, pero ante todo aprender de él: "Tenía una mano que parecía de jugador de balonmano, por cómo cogía el balón, y me daba consejos: 'Raúl, tal y como venga el balón por el aire, te tienes que hacer ya un dibujo del aro, de dónde está el aro y cómo tienes que arriesgar'. Si estás sólo es más fácil, pero Brian era de salir en los bloqueos y saltar, y leer muy rápido. Me decía: 'Raúl, cuando el balón va por el aire, lee rápido a tu defensor, lee rápido el juego y lee rápido el tiro; y hazlo, aunque falles, pero hazlo'".
"Benito Doblado y yo siempre esperábamos a que el equipo rival se pusiera en zona. Como tuviéramos el día, y lo tuvimos muchas veces, le hacíamos un despropósito al contrario"
Ante su rol de secundario, pudo resarcirse compartiendo vestuario con el que a día de hoy vuelve a ser su compañero en las oficinas del Baloncesto Sevilla, Benito Doblado, encargado de las categorías inferiores. "Siempre he dicho que tiene el tiro perfecto, se cuadraba y quedaba perfecto. Era un torero del baloncesto. Yo no, yo tiraba de lado, pero pude aprender mucho de él y siempre esperábamos a que el equipo rival se pusiera en zona: 1-3-1, 2-3, 3-2... Como tuviéramos el día, y lo tuvimos muchas veces, le hacíamos un despropósito al equipo contrario". Los pasos adelante, aunque eran silenciosos, terminarían haciéndose notar, y a la vuelta de esa derrota con que Estudiantes jugaría las semifinales (92-93), su compañero Miguel Pou aprovechó el viaje en AVE de vuelta a Sevilla para cerrar un vídeo casero resumen de la temporada. Cada jugador hizo su balance y muchos no dudaron en señalar los méritos de Raúl para las metas alcanzadas. El propio Raúl señalaba a la cámara su satisfacción con el trabajo personal y colectivo mientras se descubría, al fin, asentado en aquel Caja San Fernando. "Vi ya esa importancia. Tenía un peso específico, entre comillas. Vi que crecía".
En verano de 1995 terminó la larga etapa de Alberto Pesquera en el Caja San Fernando. Esa última temporada nuestro protagonista se había quedado con ganas de jugar más minutos, pero todo volvió a cambiar inesperadamente. Su agente fue claro: "Raúl, Unicaja viene a por ti", y él se prestó a escucharlo. El club malagueño puso encima de la mesa una oferta por dos años y superior económicamente. Ya empezaba a entablar conversaciones con los medios de comunicación de la que sería su nueva ciudad, muy interesados por el destino de un sevillano en Málaga ("y yo encantado, ¡si Málaga la conocía e iba a ser un malagueño más!"), cuando el Caja ejerció su derecho de tanteo. Un gesto que se unió a la llegada de Alexander Petrovic, y éste rápidamente se reunió con Raúl Pérez y Benito Doblado. "Nos dio libertad porque él venía de ser un tirador, por su hermano Drazen, pero fue a más: 'Como estéis solos y no tiréis, como yo vea una acción en la que tengáis tiro y no queráis jugárosla, vais al banquillo'. Y ese año nos hartamos de meter triples".
Efectivamente, sus triples se convirtieron un arma mortífera que a la vez completaría la potencia reboteadora de Warren Kidd, la batuta de Mike Anderson y un hallazgo que, a su modo, recordaría al debut de Raúl: una lesión permitió que un tal Richard Scott, jugador del filial en EBA, pisara la cancha. "Fue una sorpresa total", recuerda nuestro protagonista, "bajito pero fuerte, una intensidad jugando de espaldas... y se salió". Ese ala-pívot no llegaba a los dos metros, pero se sumó a la causa cajista y terminaría ocupando un lugar destacado en la historia del club. Fue, además, compañero de habitación del alero en las salidas del equipo, y este último nos jura del primero que se ponía de pie en la cama para imitar al Chiquito de la Calzada. Eran los tiempos de este fenómeno televisivo, y Scott hacía reír a su compañero mientras le rogaba: "Raúl... no puedor... ¡no puedor! ¡tira, tira! ¡tira el triple que no puedorrr!".
Ese año, el Caja San Fernando terminó la fase regular con la séptima plaza. Se enfrentaba a un Real Madrid que reunía a Joe Arlauckas, Mike Smith, José Miguel Antúnez y Alberto Herreros en una plantilla estelar. En la visita a Madrid, tras la primera parte, Petrovic reunió a la plantilla en el vestuario: "Vamos a salir en zona 2-3 y seguramente estemos veinte minutos en zona 2-3". Los jugadores se miraron y, nos dice Raúl, no les quedó más remedio que mentalizarse. Volvieron a la pista, ejecutaron el plan y comprobaron que su rival ya no veía la canasta. A falta de tres minutos, el Caja vencía por 12, por 14, por 15... y terminó escapando con una victoria ajustada, pero que le daría la vuelta a la eliminatoria. Tres días más tarde, el Pabellón de San Pablo ofrecía una imagen inconcebible a día de hoy: una cola que daba la vuelta para comprar sus entradas. Con el pabellón lleno, el Caja volvió a vencer y pasó a semifinales. "Y claro, ahí dices: yo, sevillano... esto es lo más grande que estamos viviendo. La gente, esa ilusión, esa alegría, ese pabellón a reventar... No se nos puede ir esta oportunidad". En ese nuevo cruce esperaba Manresa y muchos apuntaron al equipo andaluz como favorito. Ganaron el primero y perdieron el segundo, pusieron el 2-1 y perdieron el cuarto. El duelo definitivo se disputaría en Manresa y, deseando dar cuanto quedara, volvió a imponerse el Caja San Fernando. Agotados tras la doble proeza, cedieron ante el Barcelona con toda la dignidad de un subcampeón.
Resumen de los cuartos de final Real Madrid-Cajasol del Playoff ACB 1995-96
"El premio fue la final", recuerda Raúl, y rápidamente resume cuanto ha sido su vida pisando el parqué: "Yo he ido subiendo los peldaños de una escalera. Bajaba dos o tres y luego subía tres o cuatro, pero siempre iba hacia arriba. Mi carrera ha sido eso. Cada peldaño". Resuelta la temporada llegó el verano. Un buen día le preguntó su hermana si había salido el calendario de partidos de la ACB y qué fines de semana dejaba libres. Raúl apuntó el 11 de noviembre. "Yo puse la fecha de boda de mi hermana". Unos días antes de ese fin de semana, de camino para recoger a su novia -esposa a día de hoy-, recibe llamadas de varios periodistas y se ve obligado a parar el coche. "Oye, Raúl, que Lolo (Sáinz) ha sacado la lista; estáis tú y Nacho Rodríguez de Málaga". Y así se perdió la boda para acudir a la llamada de la Selección, con la que estaría dos años y seis convocatorias, jugando partidos de los que sólo uno sería oficial. Ante Inglaterra, con la especial visita de su hermana y cuñado, que habían previsto ya hacer un viaje por España y al día siguiente de la boda se plantaron en Huesca, entre Alberto Angulo y Herreros, Roberto Dueñas y Fran Murcia, Raúl Pérez vistió la camiseta nacional y anotó 18 puntos. Entre el griterío del público, Lolo Sáinz ordenaba: "¡sevillano, tira más!".
La final clasificó al Caja San Fernando automáticamente para jugar la Euroliga y volver a hacer historia tras convertirse en el primer debutante que alcanzaba los octavos de final. El Team System de Bolonia se impuso en un cruce a tres partidos aprovechando la inexperiencia de su rival y, de vuelta a la ACB, los sevillanos terminaron ocupando la novena plaza. Petrovic no renovó -años más tarde terminaría reconociendo que fue uno de los mayores errores de su carrera- y llegó la oferta del Fórum de Valladolid por Raúl Pérez. Javier Imbroda y Gustavo Aranzana siempre lo habían pretendido para sus equipos y esta vez el segundo lo consiguió. El equipo de su ciudad iniciaría una nueva etapa dorada en manos de Imbroda y, mientras tanto, él vivía otra aventura fuera de casa. "Llegué a Valladolid y la misma historia, empecé a meter triples". Tras un primer año de adaptación que enrarecieron los problemas económicos e impagos de su nuevo club, volvió a dar nuevos pasos hacia delante tanto a nivel individual como colectivo. Su Fórum competía y acechaba a los candidatos de los títulos en juego.
Su buen hacer también le permitiría participar en varios All Star de la ACB. Le preguntamos por este evento, desaparecido a día de hoy, y su influencia en la venta del baloncesto. Él no lo duda: "A cada ciudad que yo iba, ese fin de semana era una fiesta. El sábado, concursos de mates y triples; el domingo, partido de las estrellas. Un año, con Albero Pesquera como entrenador, trajeron a Michael Jordan y lo entrenaron... Eso era un espectáculo. Yo participaba en los concursos de triples con 11.000 personas en el pabellón y además era a mitad de año y no te cogía frío, ya vas conociendo a los jugadores, y piensas: va a participar éste, va a participar el otro, esto tiene nivel. Y yo lo notaba, porque me he sentado con Perasovic, con Mike Smith... Extranjeros importantes, y la gente me apoyaba a mí pr ser nacional. Y eso se palpa. Creo que era beneficioso". Raúl participó dos veces en el partido de las estrellas y puso a prueba su muñeca en cinco concursos de triples, de los que jugaría cuatro finales. En las tres primeras, por anotar más que su rival en las eliminatorias, lograba el derecho a decidir el orden, y siempre acudía el primero con la muñeca todavía caliente. Cuando metió 21, perdió por 22. Cuando logró 23, su rival hizo 24. Desesperado ante la que era su gran especialidad, acudió a su última final en el All Star de Alicante y la diferencia la volvió a marcar una canasta, pero esta vez a su favor y con una nueva camiseta. De nuevo, la del Caja San Fernando.

Raúl volvió a Sevilla cinco años después, para la temporada 2002-03. El club no había firmado todavía con ningún entrenador y, para su sorpresa, terminó contratando a Gustavo Aranzana. Parecía que hubieran llegado de la mano. Ya con 34 años encima, el hijo que regresa a su casa se descubrió ahora veterano y referente de una plantilla en la que los jóvenes eran los otros. Llegaron Cazorla, Santangelo, Slanina, Esmorís, Abrams... "Fui un poco el padre de todos ellos. Yo vestía a sus mujeres de flamenca para la Feria (de Abril). Ellas pensaban que iban disfrazadas, como en carnavales, pero yo les decía que no, que aquí se iban a encontrar a mujeres de flamenca sobre una moto, un caballo o en bicicleta". Con Raúl echando una mano a sus compañeros en la pista, en los entrenamientos y el día a día en su ciudad, aquel equipo rindió muy bien en pocos meses y se sucedieron las renovaciones de varios jugadores. Coincidían entonces dos grandes tiradores de la historia del club sevillano: nuestro protagonista y Donatas Slanina, cuya explosión meteórica volvió a hacerle sombra de alguna forma. "Se compró un diccionario y libros de texto lituano-español, sin profesor ni nada, él solo. En Navidades ya chapurreaba español. Era súper metódico. En su tiro, saltaba mucho. De hecho, yo no hacía ese tipo de gesto. Pero él se cuadraba mucho, saltaba muy intenso. Tenía mucha efectividad en el tiro", recuerda del tirador lituano remarcando las diferencias. "Su tiro era explosivo. El mío era lento. Él lo hacía todo muy rápido: saltar, cuadrar y tirar, y le daba mucha potencia al balón".
Tras la salida de Aranzana, todo se torció. Las dos siguientes temporadas no tuvieron nada que ver con las dos anteriores. La 2004-05, con Perasovic estrenándose como entrenador y el fichaje del entonces MVP de liga, Lou Roe, terminó con la salida del croata, y ya la 2005-06 se volvió preocupante. "Veíamos que el equipo se iba al garete. En el vestuario tampoco estábamos unidos. Cuando en la cancha el equipo no va bien, en los resultados o la clasificación, algo pasa en el vestuario. Siempre, no falla". Efectivamente, el grupo estaba dividido y cada uno hacía la guerra por su cuenta. Ni siquiera con uno de los mejores jugadores de la ACB se pudo evitar una caída en picado. "Lou Roe se pensaba que íbamos en su contra. Hasta Darren Phillip medió entre nosotros. Roe era muy posesivo y por cualquier balón que no llegaba bien te echaba la bronca. A Carles Marco le comió la moral, Cazorla estaba también hasta el gorro de él... pero gracias a Dios salvamos la temporada".

Gracias a Dios y a Manel Comas, que sustituyó al croata y reactivó el carácter de todos para sacar los partidos adelante a base de carisma. El club pagó muchas cenas con las que los jugadores pudieron intercambiar impresiones y arreglar los conflictos internos. Cazorla le puso alma a la empresa -"Es el típico jugador que todo equipo debería tener. Sacrificio, trabajo defensivo, en ataque lo pasaba mal porque no era tan técnico como otros jugadores, pero se dejaba la piel"- y orden como base improvisado y Cherry -"Era muy impulsivo. Se las jugaba y con mucho carácter. Había que saberlo llevar en el día a día y hablaba muy claro. Soltaba cada barbaridad, y a veces llevaba razón y a veces no, pero él las soltaba"- se encargó del corazón. Entre todos ellos estuvo Raúl Pérez, limitado por su papel de especialista a que Comas lo llamara, necesitado de artillería exterior. Ante lo dramático de la situación, durante una concentración previa en el hotel a pocos partidos de terminar la liga, y con el equipo a un paso del descenso, Comas soltó un discurso que nunca olvidaría: "Yo sé que aquí hay muchos jugadores que hoy van a jugar a perder. Van a hacerlo para echarme, pero yo soy un trabajador del club. No tengo contrato para el año que viene. La gran mayoría de vosotros no tiene contrato para el año que viene. ¿Que el barco lo queréis hundir? Yo el año que viene voy a tener equipo, pero esto todavía no se ha acabado". Una charla durísima que precedió a una victoria holgada y encarriló la permanencia.
Fue la última de Raúl Pérez en Sevilla. Comas renovó y durante la planificación se vio con opciones de atar a un talento búlgaro. Como siempre, fue claro: "Raúl, estoy entre (Filip) Videnov y tú, pero éste tiene 27 años y tú vas a cumplir ya 38...". Y llegó Videnov, y Moncho Fernández le preguntó al sevillano si quería jugar en LEB Oro con Los Barrios. Él lo valoró y aceptó para hacer lo suyo, meter triples que parecían no caer nunca mientras el equipo conquistaba la Copa Príncipe. Del avión a los viajes en autobús, y con partidos contra Tarragona o Lugo, Raúl echó una mano y Los Barrios se metió en Playoff. Él se torció un tobillo, pero pudo vibrar con un grupo que cedió ante Manresa el ascenso a la ACB.
Terminó la temporada 2006-07, pero no lo hizo como una temporada más. A sus 39 años y con su hijo listo para entrar en el colegio, el padre convenció al jugador de que colgara las botas. Su club le había prometido ya un homenaje que le permitiría despedirse a lo grande, juntando a sus amigos fuera y dentro de la pista y, sobre todo, colgando del techo su camiseta. "Fue precioso". Tras la fiesta, convencidos de su valor como símbolo, los directivos le ofrecieron encargarse de las relaciones institucionales y le faltó tiempo para aceptar. Dejó de lanzarse a por cada balón y romperse cada parte del cuerpo -que se lo pregunten a su espalda-, buscar con paciencia las esquinas o resolver partidos con un único tiro. Tiros definitivos como el de aquel 13 de abril de 2006 ante el DKV Joventut, después de que Manel lo llamara y le dijera al oído eso de "vamos, Raúl, mete un par de triples", y que él cuenta así: "Me acuerdo perfectamente. Carles Marco penetra, penetra, penetra y penetra, se come el balón. Yo le doy el pase de salida, con más o menos a cuarenta y cinco grados la canasta, y me lo pasa. Meto un triple. Uno de estos triples con los que hemos ganado el partido. Yo bajo a defender, estoy corriendo para la defensa, pero me giro y le doy las gracias a Carles señalando con el dedo".
"He estado en un bar, no me han reconocido, y he escuchado lo bien o lo mal que está el Caja. Sevilla es ciudad de baloncesto y yo lo tengo comprobado. Pero tenemos que transmitir"
La nueva vida de Raúl está en los despachos y sus visitas sobre todo a centros escolares. Entre todo el trabajo que implica llevar un club de baloncesto, de los convenios de publicidad al marketing o la coordinación de los mismos eventos a los que asiste, él se ofrece para todo. Da charlas, lleva y acompaña a jugadores del equipo a colegios, presenta eventos solidarios y hasta se ha comprometido a echarle una mano a su amigo Benito Doblado con los tiradores de la cantera. Le preguntamos, por servirnos su voz llena de experiencia, cómo ve a este Baloncesto Sevilla: "Todo ha sido una incertidumbre. El hecho de llegar un fondo de inversión privado y americano... hasta que se ha dado el traspaso de papeles y poderes y el club se ha asentado. Yo estaba deseando que tuviéramos el equipo, los jugadores que fueran, y a partir de ahí arrancar. Creo que este año es una prolongación del anterior en cuanto a juego. La base está. El entrenador que ha venido (Scottt Roth) les ha dado mucha caña en defensa, y los nuevos jugadores van a ser un complemento a los del año pasado. Ojalá no me equivoque, pero las sensaciones son las mismas". Le hacemos tal vez una de las preguntas más difíciles, ¿por qué le cuesta tanto al baloncesto llegar al público sevillano? "Yo he estado en un bar, no me han reconocido, y he escuchado lo bien o lo mal que está el Caja. La gente siempre está preocupada por el Caja y quiere conocer su situación, aunque todos sabemos que competir con el fútbol es complicado. Pero es el equipo de la ciudad, un equipo de alto nivel y ha respondido, porque desde que debutamos en ACB no hemos bajado; eso es un logro que tenemos y yo, siendo de Sevilla, me enorgullezco. Yo tuve la suerte de vivir el primer subcampeonato. Este año pasado (la temporada 2013-14) le decía a amigos míos que fueron entonces a ver al Caja y ahora no vienen que si querían rememorar la situación que vivíamos entonces, al principio, vinieran a ver al equipo. No sabía si íbamos a ganar o perder, pero sí que se iban a divertir porque el equipo transmitía rapidez, espectáculo, mates, reacciones, ganaba partidos en los últimos momentos... Y me daban la razón. Yo lo he notado a lo largo de la historia del Caja. Si el Caja transmite, la gente acude. Aquí hay gente de baloncesto. Sevilla es una ciudad a la que le gusta el baloncesto y yo lo tengo comprobado. Pero tenemos que transmitir".
Lo más impactante de toda esta historia, por supuesto, sigue en su muñeca. En sus visitas a centros escolares habla de baloncesto y alguna vez, incluso, participa con los niños en algún partidillo. En una ocasión lo llevaron al gimnasio y allí, desde la línea de tres puntos pintada en el suelo, le empezaron a pasar balones que él enchufaba entre aplausos y jaleos de los pequeños. Uno tras otro iban entrando hasta que falló el primero y, ante las reacciones del público más exigente, mostró las manos sonriendo. Este mismo verano visitó como invitado especial un campus especial de tiro y accedió a competir en un juego. Uno de los chicos, a sus 16 años, metió 16 de los 25 tiros justo antes de que Raúl entrara en acción. "Y yo... ¡bufff!, me tengo que mentalizar". La verdad es que se plantó en el último carro con 20 y, tras fallar los dos primeros, encestó todavía dos más. Hace mucho que dejó la alta competición, pero no el respeto al rival, y mucho menos cuando es tan joven. "Se lo explico así: esto es como un concurso de triples con 10.000 espectadores y pienso que les tengo que ganar, me mentalizo y sólo empiezo a tirar, tirar y tirar". Él les explica los miles de secretos que articulan una muñeca todavía lista para hacer puntería y lo confiesa: ya no juega, ya no entrena, pero cuando tira las mete. "Se lo he dicho a Galilea. Benito y yo podemos hacer un concurso contra los jugadores del Baloncesto Sevilla". Nadie sabe cuándo volverá a nevar en Sevilla, pero la verdad es que los triples de Raúl siguen cayendo con nieve.
El Top 3 de tiradores de Raúl Pérez:
- Alberto Herreros: "Aprendí muchísimo cuando nos enfrentábamos con él en el Estudiantes o el Madrid. Tengo amistad muy buena con él y siempre se lo he dicho: para mí era un referente, siempre estuve pendiente de su forma de tirar".
- Juan Carlos Navarro: "Por lo natural que lo hace, el gesto, su tiro".
- Drazen Petrovic: "Por lo metódico, un trabajador nato".