HACE APENAS UN MES
La historia reciente de la selección Española de baloncesto recoge un fracaso de esos que perduran, de los que cuesta tanto olvidar que se convierte en parte de ti, del buen aficionado. Quien haya tenido la desgracia de presenciarlo sabe que se irá a la tumba con el recuerdo intacto del hecho, esas cosas quedan grabadas en el disco duro de tal manera que ni el mejor formateador de cerebros es capaz de erradicar. Uno puede tratar de enterrarlo todo lo profundo que quiera pero llegado el momento, un partido decisivo, el fantasma hará su aparición para sembrar el miedo y la inseguridad en el espectador. Estoy hablando, claro, de la derrota contra Francia en el reciente Mundial de España.
Los éxitos cosechados en la última década, el papel de anfitrión, la plantilla presentada al evento y las deserciones en masa padecidas por el combinado estadounidense invitaban al optimismo. Bien es cierto que muchos de nosotros seguíamos respetando a los americanos pero el ruido mediático era tal que hasta el más pesimista vio posibilidades más o menos altas de conseguir el campeonato. Por motivos de sobra conocidos y que aquí no toca entrar a valorar llegó el batacazo más espectacular de la historia baloncestística española, un K.O. de esos que si de boxeo se tratara acabaría con la carrera del púgil. Y no, en ningún caso comparables a los sufridos ante Angola en el 92 y China en el 94. Sin embargo, si retrocedemos un poco más, hallamos un partido en el Europeo de Alemania de 1985 que sí resiste alguna comparación con lo de Francia, la derrota en semifinales ante Checoslovaquia.
HACE APENAS 29 AÑOS
Situémonos. España acudía al evento alemán como vigente subcampeona olímpica, galardón obtenido un año antes en Los Angeles ante el probablemente mejor equipo universitario jamás presentado por Estados Unidos frente al que humanamente nada se podía hacer. Si de unos Juegos Olímpicos se venía el camino conducía, con obligada parada en Alemania, a un Campeonato del Mundo a celebrar el año siguiente, 1986, en suelo español. Los objetivos claros y las expectativas altas. El equipo estaba hecho, su juego asimilado tras 20 años bajo la dirección de Antonio Díaz-Miguel y, no estando los americanos a la vista, soviéticos y yugoslavos se antojaban como mínimo accesibles.

Una Yugoslavia en transición y que terminaría séptima ya sin los Zizic, Radovanovic o Dalipagic (estos dos últimos sí acudirían sin embargo al Mundobasket de España 86) nos ganó 99-83 en el debut. Toque de atención que no bastó porque en el segundo choque, esta vez ante una débil Polonia a la postre undécima apenas sustentada en la anotación del rubio escolta Dariusz Zelig, España estuvo a punto de perder y tan solo fue capaz de superar al seleccionado polaco por dos puntos, 99-97. A partir de ahí sí empezaron a rodar mejor las cosas y se ganó bien a los siguientes rivales de grupo, Rumanía 106-94, URSS 99-92 y una Francia más banda que nunca -el propio seleccionador Jean Luent calificó al equipo como indirigible y presentó su dimisión al acabar el torneo- 109-83. Un imperial Epi impidió que Alemania en cuartos hiciera valer su condición de anfitriona y tras unos primeros partidos titubeantes España había conseguido el pase a semifinales donde Checoslovaquia, cuarto de su grupo, se deshizo de los yugoslavos, primeros del nuestro, contra todo pronóstico y, de paso, haciendo creer a España que el camino hasta la Final estaba despejado al habernos hecho el trabajo de quitar de en medio a la mismísima Yugoslavia, esa que hallándose en plena transición nos había zurrado la badana como bienvenida al Europeo. Los abuelos checos en semis y en la final la maquinaria soviética a la que habíamos derrotado en la primera fase, la cosa estaba hecha. El habitual triunfalismo español y alguna circunstancia más que trataré de analizar a continuación nos llevarían finalmente al desastre.
LA SEMILLA DEL FIASCO

Que Antonio Díaz-Miguel fue el que trajo los conceptos del baloncesto americano a las pizarras españolas es de dominio público. En sus estancias al lado de Dean Smith, Bobby Knight, John Wooden o Lou Carnesecca supo empaparse bien de conocimientos tácticos, dirección de equipo y método de entrenamiento, por lo que no era considerado una persona reacia a las innovaciones sino todo lo contrario… hasta que la FIBA decidió pintar un arco en el suelo a 6,25 metros del aro. Dicha novedad ya llevaba vigente toda la temporada anterior en competiciones de clubes y este torneo europeo suponía su puesta de largo en Europa a nivel de selecciones. Díaz-Miguel pensaba que efectuar tiros tan lejanos suponía un riesgo demasiado grande para cualquiera y que no merecía la pena correr. Nuestro juego se basaba en la velocidad, en efectuar transiciones rápidas a ser posible culminadas en bandejas fáciles y en tiros de media distancia de nuestros aleros. Además la habitual inferioridad física ante los pivots de nuestros rivales no invitaba a pelear por los rebotes ofensivos más de lo que ya se hacía. No, como recurso puntual quizá. Como parte del sistema de juego ni hablar. Recuerdo una tertulia en Antena 3 Radio celebrada durante el torneo en la que Antonio y Emiliano Rodríguez argumentaban que era más fácil conseguir los tres puntos a base de penetraciones sacando la falta y tiro libre adicional que efectuando lanzamientos tan lejanos. En este punto me permitiré dar mi opinión al respecto, Antonio Díaz-Miguel recelaba de la línea de 6,25 sólo por un motivo, que en la NCAA no estaba implantada y, por tanto, sus visitas a los entrenadores arriba mencionados no le dieron la oportunidad de conocerla en primera persona. Si los americanos ni siquiera la usaban es que no merecía la pena ser tenida en consideración. Por desgracia para nosotros los checos la aprovechaban bastante bien y contra nosotros lo harían mejor aún de lo habitual.
El rival esperado en semis, como he dicho antes, era Yugoslavia a la que se le tenían muchas más ganas de lo habitual y para cuya ausencia ante nosotros en el cruce semifinal no estábamos en absoluto mentalizados. Nos derrotaron bien en el primer partido pero nuestra victoria ante la URSS hizo que nuestras dudas desaparecieran por completo. Todo el trabajo psicológico enfocado a contener al equipo de Drazen Petrovic se tornó inútil porque Checoslovaquia se nos anticipó al derrotarles. Nadie contaba con los checos hasta ese momento y las sensación de alivio en el vestuario español devino en superioridad por mucho que se advirtiera del peligro checo. Sin Yugoslavia enfrente nada nos podía detener hasta la Final y menos unos checos que siendo buen equipo se hallaba a esas alturas bastante envejecido -la edad sumada del quinteto titular era de 155 años- y venido a menos. Viejos, puede, pero listos como el hambre y donde su cinco llevaba entre un lustro y más de una década compitiendo juntos. Oficio para regalar y a semifinales de tapados. Escenario más cómodo para ellos imposible. Para el que desee recordar lo sucedido en el partido quedan las crónicas, por ejemplo, esta que publicó ACB.COM en 2005 en la que explica perfectamente el desarrollo del mismo.
EL RIVAL
Los mejores tiempos de Checoslovaquia habían quedado atrás. No hacía tanto que se codeaban con la élite europea consiguiendo buenas clasificaciones y hasta alguna medalla como los Bronces Europeos de Ostende 1977 o en el que ejercieron de anfitriones en 1981 derrotándonos en el partido decisivo por la medalla. Ya no estaban los legendarios Pospisil, Kos o Jiri Zidek, el padre del ex jugador del Real Madrid. El equipo se presentaba en Alemania después de cuatro años de ausencia de la primera línea europea. A un décimo puesto en el Mundial de Colombia de 1982 le siguió otro en el Europeo de Francia de 1983 que supuso el descenso a la Segunda División europea, hecho que le privó de participar en el preolímpico de 1984. Llegaban pues en horas bajas y sin hacer ruido, en lo que se suponía el final deuna generación de jugadores como Havlik, Rajniak o Skala y los superclases Kropilak y Brabenec.

La preparación llevada a cabo fue buena. Dispusieron de dos meses desde la conclusión de la liga doméstica, tiempo que aprovecharon bien jugando bastantes fogueos que sirvieron para convencer al grupo de que sus posibilidades eran mayores de lo que pensaban. Su mejor jugador, Kamil Brabenec, llevaba varios años apartado de la selección de manera poco clara y a sus 34 regresaba al equipo para aportar sus mejores cualidades, liderazgo y anotación. Este refuerzo de última hora cuya valía se comprobó durante los amistosos liberaba de carga a un Kropilak cuyo mejor estado físico había quedado atrás. Su estampa delgada y sus rodillas de cristal no eran más que una fachada que ocultaba toneladas de talento. Sin un base claro la tarea de dirigir al equipo le fue encomendada a un combo con buen tiro exterior, Vlastimil Havlik ayudado por el tirador Petar Rajniak, decisivo en la semifinal contra España, en la posición de escolta. Completaba el quinteto un pivot inclasificable, Jaroslav Skala, serio y efectivo en su trabajo, ya con más claros que oscuros en su cabello y con un relativo parecido físico a Viktor Pankrashkin aunque ni mucho menos tan abstracto en su morfología.
A este quinteto que lo jugaba absolutamente todo sólo se le sustituía por cuestión de faltas. El agotamiento convertía una defensa individual no excesivamente agobiante en una relajada zona contemplativa que servía para recuperar resuello. El base Junaj Zuffa, el alero Zdenek Böhm y los interiores Otto Matickyy, el posteriormente conocido en España, el gigante Jiri Okac realizaban apariciones esporádicas en pista cuando el arbitraje penalizaba más de lo deseado. El interior Leos Krejci y los aleros Igor Vranjak y Vladimir Vjoral completaban el roster que dirigía Pavel Petera.
El previsto canto del cisne tuvo que esperar un poco más pues el Europeo de Atenas 1987 llegó a ver un quinteto cuya edad acumulada se disparaba ya hasta los 175 años.
Kropilak una vez retirado llegó a ser miembro del Consejo Nacional de la República Eslovaca. En abril de 2005 sufrió un accidente de tráfico que le dejó importantes secuelas en la cara. Se dijo que el alcohol fue el culpable.
Petar Rajniak, el héroe de la semifinal, falleció de un ataque al corazón en el año 2000 siendo entrenador en la liga luxemburguesa, nacionalidad que había adquirido y de la que también disfrutaban sus hijos, uno de los cuales llamado igual que el padre llegó a militar en LEB Plata allá por 2005 o 2006 en las filas del Farho Gijón.
Pavel Petera murió la víspera de la pasada Nochebuena. Llegó a estar 21 años como entrenador en la Federación Checoslovaca, siendo seleccionador nacional entre 1976 y 1987. Unos años en el cuerpo técnico del Aris Salónica y varios más como Editor Jefe del periódico deportivo Sport de Praga fueron sus últimas actividades conocidas.
FIESTA NACIONAL EN CHECOSLOVAQUIA

Para Brabenec supuso una sensación agridulce. Alegría por ganar a España y la sensación de que el Oro se les escapó de las manos, más que por fatiga, al darse ya por satisfechos antes de jugar la Final –la perderían por 120 a 89-. Su momento fue en cuartos cuando le dio un repaso en toda regla a Drazen Petrovic, ganando el duelo anotador al de Sibenik, se sintieron subestimados por los plavi y eso les motivó aún más. De su entrenador guarda un buen recuerdo, “al principio no conectábamos pero dominaba la técnica del palo y la zanahoria”.
CASI UN FUNERAL DE ESTADO

Contra Italia por el bronce ni estábamos ni se nos esperaba. Un cuarto puesto que en otras circunstancias no habría sido ni mucho menos malo fue nuestra clasificación final. De ser superados nada más que por los americanos apenas un año antes a caer contra un equipo que ni siquiera era ya considerado de primera línea europea. Ya se sabe, cuanto más alto se cae más dura es la caída. Y una circunstancia que impidió a más de un directivo conciliar bien el sueño, había que recuperarse pronto porque el Mundial de España 1986 se encontraba a la vuelta de la esquina... pero eso forma parte ya de otra historia.
BIBLIOGRAFIA:
-Nuevobasket
-Heméroteca El Mundo Deportivo
-ACB.COM
-BASKET.SK
-basketmag.cz
-idnes.cz
-FIBA.COM
Agradecimiento especial a Javier Ortiz por su inestimable ayuda documental.