“En Camden tenemos tres religiones: el cristianismo, el islam y el baloncesto”. En esta localidad del Estado de New Jersey que desde 1998 figura entre las diez más peligrosas de Estados Unidos –lideró la tabla en 2004, 2005 y 2009– aún recuerdan a aquel crío de mofletes generosos que corría por las aceras botando una pelota de tenis para mejorar su manejo de balón, usaba zapatillas con pesos para fortalecer sus piernas, amasaba horas y horas de tiro en los playgrounds de Ferry Avenue y South 9th Street y se armaba de pala cuando las nevadas, ilusas, pretendíanalejarle de las canchas. Le recuerdan porque a sus 31 años Dajuan Wagner sigue allí. El chaval que asombró al mundo anotando 100 puntos en un partido de high school y al que todo el mundo auguraba una estelar trayectoria en la NBA no pisa una cancha de la Liga estadounidense desde noviembre de 2006 y no juega a nivel profesional desde su aventura polaca un año después. Las lesiones, todo un cúmulo de problemas de salud y, sobre todo, una severa colitis cercenaron una carrera a la que ahora, desde la modestia, quiere sumar un nuevo capítulo. La promesa a la que una vez apodaron El Mesías por su brutal capacidad anotadora busca una última oportunidad en la NBA y quiere trabajarla desde lo más bajo: la semana pasada firmó por los Philadelphia Spirit de la ABA.

El baloncesto estaba impreso en el mapa genético de Dajuan Wagner (04-II-1983) desde que llegó al mundo, no en vano es hijo de Milt Wagner, un exjugador de oscura trayectoria individual pero notable en cuanto a éxitos colectivos, no en vano ganó la NCAA en 1986 enrolado en Louisville y el anillo de la NBA dos cursos después, formando parte de la plantilla de Los Angeles Lakers. De Juanny se decía que iba a ser mucho mejor que su padre desde que a los 11 años maravillara a propios y extraños en el Morgan Village Middle School compitiendo –y humillando– a rivales tres años mayores que él. Combo guard de 1,88, explosivo físico y para nada despreciable muñeca, su paso por el Camden High School fue extraordinario. En su añofreshman batió el récord anotador del Estado de New Jersey con 737 puntos, promedió 35 como sophomore, como junior metió 47 en la final estatal –el técnico rival llegó a decir que su participación en los partidos debería considerarse ilegal por su insultante superioridad–... y como senior llegó la explosión definitiva: promedió 42 puntos por encuentro y el 16 de enero de 2001 se convirtió en celebridad nacional al anotar 100 puntos ante Gloucester, siendo sustituido a cuatro minutos del final tras lograr la canasta que le permitió alcanzar tan redonda cifra.
Hasta entonces celebridad estatal (acabó pulverizando el récord de puntos de New Jersey en una carrera de instituto, dejándolo en 3.462), desde aquel día pasó a ser una estrella nacional, a acaparar titulares en periódicos nacionales y protagonizar horas y horas de reportajes televisivos. “Disfruté todo aquello, creo que me hizo mejor jugador”, aseguraba años después, mientras técnicos rivales como el mítico Bob Hurley (St. Anthony) se resignaban a que sus propios ayudantes utilizaran los descansos para debatir sobre los highlights de Wagner. En primavera de 2001 se rumoreó sobre la posibilidad de que diera el salto directamente a la NBA mientras las comparaciones con Allen Iverson se disparaban, pero decidió enrolarse en Memphis University bajo la batuta de John Calipari con el objetivo de pulirse como jugador, sabedor de que su 1,88 sería una tara para desenvolverse como escolta entre profesionales y que debía ganar en mesura y entendimiento del juego si quería tener la posibilidad de destacar como base.">
Fue en su único año con los Tigers cuando las cosas empezaron a complicarse. Wagner comenzó a sufrir fuertes dolores de estómago que a veces le impedían incluso dormir y por momentos se sentía falto de fuerzas, vacío. No le dio demasiada importancia. Lo achacó a la alimentación y se las ingenió para disimular en la pista sus problemas, promediando comofreshman 21,2 puntos y 3,6 asistencias y liderando a su universidad al título del NIT. Cuando los Cavaliers (año I antes de LeBron) le eligieron en la sexta posición del draft de 2002 parecía que un gran futuro se abría ante él, pero sus problemas no tardaron en ir a más. Se perdió los primeros 14 partidos de su temporada rookie por una infección de vejiga y la acabó antes de tiempo al desgarrarse el cartílago de su rodilla derecha, aunque en los 47 partidos que jugó, promediando casi 30 minutos en cancha, acabó con unos respetables 13,4 puntos por partido. Pero lo peor estaba por llegar. En los dos siguientes cursos solo llegó a los 55 partidos disputados como consecuencia de una grave deshidratación, una inflamación de hígado y páncreas, un esguince de tobillo y otra operación en su rodilla derecha, por lo que en 2005, inmersos ya de lleno en la era LeBron, los Cavaliers decidieron no renovar su contrato.
No solo su juego se había deteriorado, sino también su físico. En los primeros meses de 2005 perdió más de 13 kilos de peso y pocas semanas después de acabar la temporada los médicos diagnosticaron por fin el origen de todos sus males: padecía colitis ulcerosa, una severa dolencia. Probaron varios medicamentos pero nada hacía efecto, por lo que el 5 de octubre de ese mismo año tuvo que someterse a una operación en la que le extirparon el colon. “Cuando llegó a nuestras manos, apenas podía funcionar como ser humano, no digamos ya como jugador de baloncesto”, recordaba años después Joel Bauer, responsable del Departamento de Cirugía del hospital Mount Sinai de New York. En el momento de la operación, Wagner tenía 22 años: “Todo se paró de golpe. Había jugado a baloncesto toda mi vida y, de repente, estaba en la cama sin poder hacer nada. La operación fue durísima pero no había otra solución. Llevaba años viviendo un infierno sin que la medicina pudiera hacer nada para solucionarlo”, rememoraba años después.
LOS WARRIORS; OTRA OPORTUNIDAD
Wagner se recuperó físicamente hasta poder hacer vida normal y de su mente nunca desapareció el regreso a la NBA. En el verano de 2006 jugó un torneo en la Universidad de Drexel y otro en el Cherry Hill Health and Racquet Club. Realizó entrenamientos privados para los Sixers y los Knicks y finalmente fueron los Golden State Warriors los que le lanzaron un guante. La franquicia quedó gratamente satisfecha, hasta el punto de ofrecerle un contrato parcialmente garantizado por dos años a cambio de 1,6 millones de dólares. El mítico Chris Mullin, vicepresidente de los Warriors, llegó a decir que “hemos encontrado un tesoro. Sobre la pista es un fenómeno y, si no median más problemas, físicamente está fenomenal”. Juanny parecía perfectamente recuperado y las únicas restricciones médicas a las que debía estar atento era a cuidar su hidratación y evitar las comidas grasientas. Don Nelson, primer entrenador de la franquicia, le dedicaba todo tipo de elogios y aseguraba que “es un arma ofensiva de primer nivel pero me encanta también su predisposición defensiva” y ni siquiera descartaba darle minutos como base. Wagner brilló como anotador en la pretemporada, pero en noviembre todo se vino abajo. Únicamente jugó el primer partido de la temporada (cuatro puntos en siete minutos de juego) y rescindió el contrato al no verse preparado físicamente para afrontar las exigencias de una temporada en la NBA. Siguió entrenando en solitario y en el verano de 2007 fichó por el Prokom Trefl Sopot polaco, llegando a jugar la Euroliga. La larga inactividad le había afectado, pero cuando empezaba a remontar el vuelo –llegó a meterle 22 puntos a la Virtus– una lesión de cadera y una recaída en sus problemas de rodilla le devolvieron al dique seco. Tenía solo 24 años. Regresó a Camden... y desde entonces no ha habido más que vacío.
En estos últimos siete años, Wagner ha sido casi un fantasma, uno de esos tipos como Lenny Cooke que no tienen término medio, pasando de ser alumbrado por todos los focos a la más absoluta de las sombras. Cada ciertos meses, algún medio local dejaba deslizar que seguía entrenando y jugando partidos en Camden, de vez en cuando se rumoreaba sobre su deseo de darse una nueva oportunidad para regresar a la NBA, pero poco más. En 2011, habló para The Star-Ledger. Aseguró estar absolutamente recuperado de sus problemas físicos, que pasaba mucho tiempo viendo partidos de baloncesto por todo el Estado mientras ejercía de técnico asistente en un instituto local y que no tenía otra ocupación concreta –varios amigos apuntaban que era un joven que vivía sin lujos por lo que se las arreglaba sin problemas con el primer y único contrato que firmó en la NBA, que le llevó a embolsarse 10,7 millones de dólares–. “No me gusta llamar la atención”, señalaba Wagner al ser cuestionado por el total oscurantismo sobre su vida, aunque reconocía que“no siento rabia por todo lo que me ha pasado. No hubo nada que yo hubiese podido evitar, pero sí que pienso en ello. Pienso mucho en ello”. En ese mismo reportaje volvía a recordar su deseo de darse una nueva oportunidad profesional y apuntaba a su hijo, Dajuan Wagner Jr., como principal motivo: “Le encanta la NBA pero no ha podido verme a mí en ella, me encantaría que pudiese hacerlo. Por ahora, se limita a buscarme en YouTube”.
Aquello no fue a más y las cada vez más infrecuentes y breves noticias sobre un posible regreso de Wagner parecían más carentes de fundamento. A principios del pasado mes de octubre, con 31 años, volvió a conceder otra entrevista a The Inquirer y hablaba de “una posibilidad cercana de volver a jugar”. Aseguraba que había intensificado los entrenamientos en el Adrenaline Sports Performance de Cherry Hill, unas instalaciones de las que es copropietario y en las que se suelen juntar para entrenar muchos jugadores profesionales de la zona, y que sus sesiones de trabajo habían sido supervisadas por Guy Ikpah, entrenador personal que ha trabajado con casi 100 jugadores NBA durante su carrera. “Lo que quiero evitar es tener un día 37 años y preguntarme por qué no me di una última oportunidad. Me siento fuerte de nuevo, mi cuerpo está bien y ahora sé que puedo hacerlo”, confesaba.
Finalmente, Wagner anunció el pasado 7 de noviembre que había firmado un contrato con los Philadelphia Spirit de la modestísima ABA. En la rueda de prensa de presentación fue absolutamente honesto. “Esto es un primer paso, pero estoy muy ilusionado. Quiero echar a andar y empezar a jugar. Tanto Leon Rose, mi agente, como yo creemos que este es un buen punto de partida. Tuve un par de ofertas de la D-League, pero no creí estar preparado aún”. Hay quien dice que, si las cosas salen bien, Puerto Rico podría ser el siguiente paso de su singladura, una aventura que tiene en el horizonte, como sueño, conseguir una última oportunidad en la NBA. “No pierdo nada por intentarlo; en el lugar del que yo vengo acostumbramos a no rendirnos nunca”, asegura el jugador al que una vez apodaron El Mesías ante su modesto regreso al baloncesto.