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Carter & Mcgrady: todo queda en familia (I)

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20/09/2014 - 23:00

A finales de los noventa, el mundo se hallaba inmerso en un mar de cambio e incertidumbre que afectaba a todos los estamentos de nuestra sociedad. La aproximación del nuevo milenio, unido al progresivo auge de internet, levantaba juicios e inquietudes dispares que chocaban en interminables y repetitivos debates. Por un lado, existía un poso subyacente de paranoia colectiva fruto de lo que se dio a conocer como "efecto 2000", ese irracional miedo a un hipotético apocalipsis que surgiría por un desbarajuste en la red tecnológica mundial. Todos los grandes servicios (banca, sector energético, sector de transportes, etc) estaban informatizados, y se sospechaba que el "sistema-global" pudiera colapsar como consecuencia del cambio en los dígitos, dando al traste con la forma de civilización moderna.

Unido a esto, se produjeron acontecimientos de gran relevancia que desdibujaron por completo el orden establecido hasta la fecha. En Europa, la economía se enfrentaba a una fuerte sacudida de sus tradicionales estructuras con la entrada en vigor del euro. Por otra parte, la OTAN decidía involucrarse de lleno en el conflicto yugoslavo. Al otro lado del charco, el trágico suceso de Columbine, junto al escándalo que rodeó al ex presidente Bill Clinton, tenían, en cierta medida, conmocionada a la sociedad norteamericana.

Por supuesto, y en consonancia con la tendencia general, la NBA no estaría exenta de experimentar una serie de transformaciones. Los años 1998 y 1999 marcaron el final de una etapa y el inicio de otra. Tras haber cosechado su sexto y definitivo campeonato con los Bulls, Michael Jordan anunciaría su segunda (y la que en ese momento parecía definitiva) retirada. Además, y por si fuera poco, la liga se enfrentaba a un cierre patronal con visos de alargarse. En estas condiciones, existía un inmenso vacío de poder en la mejor liga del mundo. No solo a nivel competitivo (causado por el declive y la desmembración de la dinastía instalada en Chicago), sino también en el terreno del espectáculo debido al adiós del propio Jordan. En esta encrucijada, David Stern ansiaba encontrar un sustituto/s que ocupara la vacante y sostuviera las cotas de audiencia y popularidad de su producto.

Para dicha misión se presentaron voluntarios una serie de nombres, entre los que se encontraban Shaquille O`Neal, Kobe Bryant, Kevin Garnett, Jason Williams, Jason Kidd…pero por encima de todos ellos sobresalían dos, el as en la manga del abogado judío: Vince Carter y Tracy Mcgrady. Dos jugadores cuyo vínculo en pista revelaba su razón de ser en los lazos familiares, al ser primos terceros por parte de madre.

Carter y Mcgrady en revista

Ambas figuras iluminaron la antorcha del "showtime" en una de las épocas más oscuras que la NBA ha conocido. Su prodigiosa y vanguardista capacidad atlética, unido a la deslumbrante estética de sus movimientos, cautivaron las miradas y el afecto de toda una masa de jóvenes que adornaban las paredes con sus instantáneas. Eran los adalides máximos del desparpajo y la frescura que caracterizaba a la "new millenium generation", esos chicos crecidos al calor de los 90 y principios del 00 que concebían el mundo de una manera muy distinta.

A pesar de coincidir brevemente en el tiempo y en el espacio, los caminos de ambos jugadores no podían haber sido más diferentes. De hecho, su ascenso al estrellato fue un claro ejemplo del fuerte contraste que existe entre dos modelos antagónicos de gestión deportiva.

 

La precoz odisea de Mcgrady

Tracy Mcgrady nació en la pequeña ciudad de Auburndale, perteneciente al estado de Florida, y situada a medio camino entre Orlando y Tampa Bay. Se crió en una familia humilde, cuya base se sustentaba en el binomio Melanise-Roberta, madre y abuela del chico. Ambas mujeres se desvivieron trabajando de sol a sol para que al pequeño genio no le faltara de nada (la madre ejercía de camarera en Disneylandia, mientras que la abuela se desempeñaba como bedel).

Fue uno más de tantos chicos afroamericanos que crecieron en entornos duros y complicados, donde la apretura económica y la normalización de la violencia se convertían en obstáculos demasiado difíciles de esquivar. Incidentes como presenciar el tiroteo del novio de una prima, marcarían la experiencia en pubertad del joven crack. Como siempre, el deporte, y en este caso el basket, ofrecerían la mejor garantía para escapar de todo aquello.

Con unas dotes físico-técnicas absolutamente privilegiadas para la práctica del baloncesto, el desgarbado jugador comenzó a ganar fama en el instituto de Auburndale, donde sus soberanas actuaciones en cancha se verían empañadas por una díscola e inmadura actitud fuera de ella (encontronazos con compañeros y entrenadores). Como consecuencia de su inmenso talento, el entrenador Joel Hopkins centró su atención en él y decidió reclutarle para la Mount Zion Christian Academy, una entidad de más prestigio donde T-Mac disputaría su último año de instituto y donde bajo la protección de Hopkins ganaría en aplomo y disciplina.

Mcgrady en el instituto

El irrefrenable deseo de Tracy por llegar a la NBA le llevaría a saltarse la universidad y presentarse directamente al draft en el verano de 1997. Una decisión que, en su momento, generó una agria polémica avivada por los medios estadounidenses. De hecho, en una entrevista para la ESPN, el jugador zanjaría el debate justificando holgadamente su resolución:

"¿Por qué tengo que ir a la universidad cuando ya mismo puedo ser un lottery pick? Algunos chavales pasan cuatro años en la universidad y pierden la oportunidad de situarse en la posición que estoy yo ahora mismo. Así que, sencillamente, voy a seguir adelante con esto y trabajar duro cada día".

Detrás de su parecer también estaba presente la evidente urgencia por conseguir un gran contrato económico que le desahogara de cargas a él y a su familia. En cualquier caso, acabaría siendo drafteado en la novena posición de la primera ronda por los Toronto Raptors, una verde e inexperta franquicia que había dado luz tan solo dos años antes, como consecuencia del proceso de expansión que llevó a cabo la liga.

Su primer año en la NBA resultó ser complicado, con un arduo proceso de adaptación en el que no acompañaban grandes referentes de veteranía en el vestuario, al formar parte de un joven roster que se componía de nóveles como Damon Stoudemire, Marcus Camby, Chauncey Billups y Doug Christie. Todos prácticamente en su primera o segunda campaña como profesionales.

El periodista de la archiconocida revista Sports Illustrated, Tim Crothers, describiría fielmente la situación que atravesaba el joven rookie en un reportaje de 1997: "Casi siempre está solo. Día tras día, Mcgrady permanece por su cuenta en un lujoso apartamento de Toronto cuyas vistas dan al lago Ontario y que una vez perteneció a Juan Guzman, famoso pitcher de los Blue Jays. Vive prácticamente como si fuera un recluso, y se pasa las noches analizando cintas de Magic Johnson, jugando a la consola, o viendo baloncesto universitario mientras se pregunta lo que podría haber sido. Realiza incontables llamadas telefónicas, y no tiene familiares en la zona que puedan ayudarle. Su factura telefónica en Noviembre llegó hasta los 1500 dólares".

Estaba experimentando tiempos difíciles, y los días de gloria de Mcgrady tendrían que esperar.

 

Carter y la cultura del quemando etapas

Por su parte, Vince Carter daría sus primeros pasos en Daytona Beach, otra localidad costera de Florida situada a poco tiempo de Auburndale. A diferencia de su primo, creció en una familia algo más acomodada económicamente y muy cercana al concepto habitual de "middle class". Tras el divorcio de sus padres, la madre Michelle lograría rehacer su vida con Harris, el padrasto del chico. Ambos trabajaban como profesores en una profesión mucho menos precaria y mejor remunerada que la de la familia Mcgrady.

V.C. empezaría a labrarse una fama en la cultura playground de Daytona gracias a sus sensacionales mates y a sus saltos de ciencia ficción. Heredero del mismo fenómeno que suscitó Julius Erving, hordas jaleantes de gente se amontonaban solo para ver al chico jugar. La locura imposible de sus malabarismos aéreos le brindaría su primer gran apodo: Vinsanity.  Sencillamente, poseía una genética de otro mundo.

Vince Carter portada SI - NCAA

Tras una exitosa etapa en el instituto, donde fue nombrado "Mr.Florida Basketball" y "McDonalds All-American", llegaría la hora de elegir su futuro. Seducido por el recuerdo de su mayor ídolo, Michael Jordan, decidió engrosar las filas de North Carolina, una de las universidades más importantes del país a nivel deportivo. Antes de hacer las maletas y marcharse, firmaría un pacto escrito con su madre en el que se comprometía a conseguir un diploma colegial sin importar lo que pudiera suceder en su carrera baloncestística. Una promesa que, por encima de todo, acabaría cumpliendo.

Formando parte de los Tar Heels, se puso a las órdenes del mítico Dean Smith, un hombre que jamás negociaba sus principios con nadie, fuera quien fuera. Bajo su filosofía, North Carolina siempre se caracterizó por ejecutar un juego ordenado, donde la disciplina defensiva y la generosidad en ataque impedían que brillara ningún jugador en concreto por encima del resto. Así las cosas, y en un acuerdo que interesaba a ambas partes, Carter tendría que renunciar a una porción de esa magia anárquica que le caracterizaba, para ganar en madurez y fundamentos tácticos. Era heredero de un programa que había visto pasar a jugadores de la talla de McAdoo, Worthy, Perkins, Jordan, Daugherty, Rasheed Wallace o Stackhouse, y debía estar a la altura. En cualquier caso, y a pesar de la rigidez de su entrenador, Carter no podía reprimir del todo ese gusto salvaje por los mates. Sus palabras refrendaban el tan valioso don que albergaba dentro:

"Todos somos diferentes. Cada uno tiene un estilo distinto. Solo hazlo de la mejor manera que sepas".

El sacrificio en pos del grupo fue algo que Carter terminó asumiendo sin mostrar demasiada disconformidad. En su primer año saldría como sexto hombre en un conjunto que contaba con figuras de la talla de Antawn Jamison, Okulaja y Shammond Williams. Ya a partir de su segunda temporada en UNC, se hizo con la titularidad y ayudó a que el equipo arrasara durante toda la campaña solo para caer en semifinales de Final Four ante la Arizona de Mike Bibby, en un partido brillante del escolta a nivel individual, aunque no tanto en lo colectivo. En su tercera y última temporada se volvería a repetir la historia, tras sucumbir contra todo pronóstico frente a Utah a tan solo un paso de la final.

No obstante, su etapa universitaria había resultado moderamente exitosa, y daba la sensación de que el juego de Carter estaba lo suficientemente pulido como para impactar, desde el principio, las pistas NBA. Miembro selecto del draft de 1998, sería escogido por los Golden State Warriors con la quinta posición. A los pocos minutos, era traspasado a los Toronto Raptors a cambio de, precisamente, su ex-compañero en la universidad: Antawn Jamison.

 

Los primos aterrizan en Canada

Canada siempre ha sido un país que, pese a ser vecino directo de Estados Unidos, se ha caracterizado por conservar una idiosincrasia y costumbres propias en relación a diversos aspectos. En el terreno deportivo, el hockey siempre ha sido la actividad que ha centrado la atención de los canadienses. La llegada de Carter y Mcgrady cambió por completo aquella histórica percepción. Pese a que nunca pudo superar al hockey, lo cierto es que desde aquel preciso momento, se instaló en la nación una pasión fiel y desmedida por el deporte de la canasta. Los culpables directos fueron ellos.

La primera vez que Carter y Mcgrady coincidieron fue en el verano de 1996, en un gimnasio de Chapel Hill (campus de North Carolina), donde el joven Mcgrady se presentó para disputar una pachanga de entrenamiento con Carter y otros jugadores del entorno. El mágico encuentro deparó un entendimiento instantáneo, esa inexplicable e intangible conexión que parece surgir, sin explicación, entre algunas personas. Sumergidos en la atmósfera del balón, el suave deslizar de las redes y el sudor, los dos jóvenes jugadores intercambiaron impresiones y consejos sobre sus respectivos futuros. Había nacido una amistad.

Al cabo de dos semanas, en una reunión familiar, nuestros protagonistas descubrirían que estaban emparentados gracias a una conversación entre la abuela de Carter y el propio Mcgrady. La anécdota se debatía entre surrealista y divertida. No hizo más que reforzar el respeto y la admiración que se profesaban mutuamente.

Dos años después, el destino les volvería a juntar, pero esta vez en un contexto completamente diferente: la mejor liga de baloncesto del mundo. No es de extrañar que cuando los Raptors le pidieron consejo a Mcgrady sobre a quién adquirir en el draft, este respondiera, casi de forma automática, con el nombre de su primo.

Vince y T-Mac juntos

Durante el verano de 1998, y debido al lockout, ambos jugadores pasaron muchas horas juntos trabajando en sus fundamentos, jugando a la consola, o simplemente charlando y disfrutando de su nueva vida como futuras estrellas del baloncesto mundial. Ya con la temporada empezada, se mantendría la tónica y el uno no se despegaría ni un centímetro del otro. Tanto es así, que su compañero en Toronto, el base Dee Brown, llegaría a declarar lo siguiente:

"Dicen que son primos, pero yo diría que son siameses más bien".

Vince Carter también bromeaba sobre el estrambótico grado de cercanía que tenía con su primo:

"Algunas veces, cuando yo estoy sentado en la parte frontal del autobús, y él en la parte de atrás, hablamos por el móvil. A los demás tipos les vuelve locos".

"No hay muchas personas que lleguen a la NBA teniendo familia en el mismo equipo".

El futuro les pertenecía por completo y comenzaban a dar sus primeros pasos en el profesionalismo portando la casaca del dinosaurio. Pero esa parte de la historia la contaré en el siguiente capítulo.

¡Estén atentos y no se lo pierdan!


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