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Dan Trant: baloncesto, vida y tragedia

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09/07/2014 - 10:30

Hace unas pocas semanas, la cadena deportiva NBA TV producía y emitía un magnífico documental sobre el draft de 1984, el que tal vez haya reunido más talento y calidad en toda la larga historia de la competición.

Entre los jugadores que componen esta soberbia e irrepetible generación, podemos citar a Michael Jordan, Hakeem Olajuwon, Charles Barkley, John Stockton, Alvin Robertson…e incluso estrellas internacionales como el brasileño Oscar Schmidt, y frivolités como la elección del famoso atleta, Carl Lewis, en la posición 208 por parte de los Chicago Bulls. Todos grandes nombres, todas grandes superestrellas. Individuos que resuenan en la cabeza de cualquier persona que demuestre un mínimo de interés por el deporte.

Sin embargo, ocurre que a veces, entre tanta constelación de cracks expuestos de forma permanente al foco mediático, uno se encuentra con historias menores, no tan conocidas, que desprenden un valor humano tal vez superior a todo lo demás. Eso le ocurrió a un servidor mientras disfrutaba del documental con el regocijo entusiasta de un niño. Fue ahí donde pude toparme con un relato especial, de gran carga emocional, que me atrapó por completo y me inoculó la chispa de la curiosidad. Fueron cinco minutos los que me bastaron para emprender, de forma impulsiva, la búsqueda de hasta el más nimio detalle que me permitiera conocer mejor todo aquello.

Dan Trant en Clark

Es por eso que ahora, tras poner todas mis ideas en orden, les traigo a ustedes la historia de Dan Trant. Para que la saboreen, disfruten y recorran conmigo.

El camino de Dan, o "Danny" como le llamaban cariñosamente sus amigos y seres queridos, comienza en el instituto Westfield, donde se gradúa en 1979 refrendado por un excelente prestigio atlético, sobre todo baloncestístico. Como resultado, poco tiempo después sería reclutado por la Clark University, situada en el estado de Massachusetts, un centro colegial que siempre ha gozado de un excelente prestigio en el terreno puramente académico, aunque no así en lo deportivo (universidad de segunda o tercera fila). Es por ello que Dan Trant vino a revolucionar los paradigmas de Clark gracias a su extraordinario talento para el deporte de la canasta, y un carisma jovial que le reportaba el cariño incondicional de la gente.

Era un jugador de físico muy liviano, bastante ligero, rondando el 1.87 metros de altura y los 74 kilos de peso. Ello no le impedía mostrar un desparpajo y una fantasía en la cancha al alcance de muy pocos, solo de los elegidos. Era imposible concebir su juego si no iba aparejado el concepto de “entretenimiento”. Ganar pero hacerlo divirtiendo, esa era la máxima existencial de Dan. Esta natural capacidad para encandilar a cualquiera desde el primer momento, lo revela muy bien las declaraciones de Lance Faniel, uno de sus compañeros de equipo en la universidad:

"Cuando vi jugar a Dan por primera vez, vi algo en el que no ves en otros jugadores. Me convertí en un fan".

Combinando a la perfección las demarcaciones de base y escolta, gozaba de una visión ilimitada que se traducía en pases por la espalda, entre las piernas, sin mirar. Todo ello unido a una excelsa capacidad para anotar desde cualquier posición del campo. El repertorio ofensivo de Trant era inabarcable. Los Tigers, que disputaban la Division III de la NCAA, se agarraban enfervorecidamente a su alma y guía.

Algunas de sus más inovildables y majestuosas actuaciones siguen presentes en el subconsciente de toda persona perteneciente a esa peculiar region del noreste americano llamada New England. Por ejemplo, el partido entre Yale y Clark disputado el 29 de Noviembre de 1983, en el que Danny anotó 30 puntos y dio 9 asistencias. O aquel que se jugó el 2 de Marzo de 1984 ante Norwich, encuentro en el que Trant registró su tope de anotación individual con unos superlativos 38 puntos, y que clasificaría a Clark para las finales regionales. Incluso en su despedida del baloncesto colegial quiso marcharse a lo grande y dejar una huella imborrable en la afición, regalando unos brillantes 26 puntos y 8 asistencias. Era la última imagen del héroe local subiendo la bola, cabeza en alto, portando la casaca roja del centro.

Había conseguido clasificar a Clark, en dos años consecutivos, para la Final Four de la tercera división NCAA, un hito mayúsculo al ser la primera universidad en la historia de New England que lo lograba.

Por el camino, iba cosechando todo tipo de loas y la admiración de entrenadores y rivales:

"Dan Trant es sin duda el base más increíble al que nos hemos enfrentado en toda la temporada. Su capacidad anotadora es extraordinaria y posee una tremenda visión con o sin el balón. Es un All American". Tom Brennan, entrenador jefe de Yale.

"Los fans se marcharon alucinados con Trant". Mike Tempesta, redactor del MetroWest News Sports.

"Trant puede jugar en cualquier sitio de New England, y eso incluye la Boston College". Dave Hixon, entrenador jefe de Amherst College.

Dan Trant encestando

Así las cosas, tras completar el ciclo universitario y ser galardonado dos veces como All American, Dan Trant decidiría declararse elegible para el draft en el verano de 1984. Diez rondas hicieron falta para que su nombre saliera a la palestra, y fue elegido el 228, nada menos que en la última posición de todas. ¿Sus valedores? Los monumentales Boston Celtics, vigentes campeones de la NBA en 1984 y equipo en el cual militaban jugadores de la talla de Larry Bird, Kevin McHale, Robert Parish o Dennis Johnson, entre otros. Debido a la condición de estrella local que encarnaba Dan, fue el legendario mandamás de la franquicia verde y blanca, Red Auerbach, el que decidió darle una oportunidad al chico.

El base llegaba al training camp de los Celtics con toda la ilusión y confianza del mundo, aún sabedor de que hacerse un hueco en aquel roster plagado de figuras se antojaba hartamente complicado.

Finalmente no lo consiguió, impedido en gran medida por un físico demasiado frágil para la alta competición NBA. Lo había intentado y nadie le podía reprochar nada. No obstante, la voluntad que albergaba Danny de seguir dedicándose al baloncesto no se extinguiría, más bien al contrario, lograría encontrar una salida inesperada y enigmática. Hechas las maletas, saltó el charco para jugar profesionalmente en Irlanda, país en el cual el baloncesto despierta indiferencia y curiosidad a partes iguales.

Es tanto el poder de atracción de Trant, que incluso los propios irlandeses supieron valorar a un fenómeno de tal calibre. Grandes desconocedores de los entresijos técnicos del juego, intuyeron de inmediato que aquel jugador era especial. No hubo un solo partido en el que los atronadores aplausos no hicieran vibrar aquellos modestos pabellones de la geografía irlandesa, y en los cuales Danny seguía haciendo lo que mejor sabía hacer: maravillar.

Hastiado de experiencias, y anhelando consolidar la relación con su mujer Kathy (con la cual se casaría y formaría una familia) decidió abandonar el baloncesto a finales de los ochenta.

Poco tiempo después, tomó la decisión de mudarse con su familia a la ciudad de Nueva York. Alternaría varios trabajos hasta desempeñarse finalmente como comercial para la empresa Cantor Fiztgerald, cuya sede estaba situada en las últimas plantas del World Trade Center, concretamente en la torre norte. En cualquier caso, su pasión por el baloncesto aún latía en él, y dirigir al equipo de su hijo ocupaba el centro de su vida personal. No era famoso ni multimillonario, pero la vida le iba bien.

Dan Trant con sus hijos

Aquella mañana del 11 de Septiembre de 2001 se planteaba tranquila y normal para Danny. Trabajar, salir a eso del mediodía, comer con su familia, acudir al partido de su vástago…la rutina serena y apacible de siempre. A las 8.46 de la mañana, un avión de pasajeros Boeing 767 de la American Airlines se estrellaba de lleno contra la torre norte. Nueva York se paralizaba por completo, el shock era indescriptible, demasiado difícil de digerir por los sentidos. Las imágenes llegaban a los televisores de todo el mundo y recogían la enorme masa de fuego y humo que desprendía el edificio. Miles de vidas estaban atrapadas, expuestas a una combinación insoportable de altas temperaturas y claustrofobia delirante. Las noticias corrían como la pólvora y muchas personas trataban de contactar con sus seres queridos.

Tras una espera que pareció ser eterna, Lance Faniel, que se encontraba en la casa de Dan, recibía una llamada:

“La llamada era de Danny. Me dijo que…había mucho humo. Le dijo a Kathy que la quería y que cuidara de los niños”.

No pudo salvarse.

A la edad de 40 años, fallecía Dan Trant en uno de los sucesos más aterradores e impactantes de la historia contemporánea. Se marchaba no solo el que fuera un excelente deportista, sino un individuo con una calidad humana incuantificable.

El propio Lance, rememorando una dolorosa herida que todavía no se ha cerrado, mostraba síntomas evidentes de sentir una culpabilidad melancólica por la triste muerte de su inseparable compañero :

"Recuerdo la última noche que pasé con Dan. Tenía entradas para el partido de baseball entre los Yankees y los Red Sox. Conduje hasta Long Island, recogimos a los críos, y fuimos al partido. Llevaba una camiseta de los Red Sox y el guardia que pasaba los tickets bromeaba sobre la popularidad de Danny, avisándome de que tendría que ser su “escolta” toda la noche.

El parte metereológico avisaba de que podía llover aquella noche, así que se suspendió el partido y volvimos a casa para ver el fútbol (americano). Quien sabe, quizás si no hubiera llovido, tal vez él no habría ido a trabajar al día siguiente. A veces pienso en lo mucho que hubieran cambiado las cosas si se hubiera disputado ese partido".

Casi quince años después de la tragedia, las emotivas conmemoraciones a las víctimas del 11-S se suceden constantemente. La propia NBA, y sus embajadores más ilustres, han llevado a cabo diversos homenajes a la figura de Dan Trant, sabedores de que su historia debe servirnos de reflexión a todos. Una de sus voces más sonadas, el histórico alero Rick Barry, campeón con los Warriors en 1975, llegaría a afirmar lo siguiente:

"Es algo surrealista. Ser testigo directo de algo así, porque lo estaban grabando…es casi como si alguien estuviera haciendo un montaje por ordenador, o algo así. Nunca te imaginas que pueda ocurrir una cosa de esa magnitud en tu propio país".

Pero la vida debe seguir, y de hecho sigue.

En la actualidad, su hijo Daniel, de 25 años, sigue apreciando y reverenciando el legado que dejó su padre. Precisamente, ha heredado su tesoro más preciado: la pasión por el baloncesto. Cada vez que pisa una cancha, siente a su progenitor con él, enseñándole y transmitiéndole todos los conocimientos de una forma casi mágica.

Dan Trant nunca ganó un anillo de la NBA, ni firmó un contrato multimillonario, ni copó las portadas de las revistas deportivas, pero ha dejado para la posteridad un recuerdo imborrable, que va más allá de cualquier elemento puramente superficial y material: su ejemplar condición humana.

Hay un dicho popular que reza, "the good die young". Los mejores mueren jóvenes. Verdad o no, lo cierto es que nuestro protagonista lo corrobora a la perfección.

El mago de New England siempre será joven, y sobre todo, siempre será el mejor.

Placa de Dan Trant

 

 


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