Si planteásemos un debate sobre cuál ha sido el mejor equipo de baloncesto de la historia de Europa, es posible que no nos pusiéramos de acuerdo sobre cuál elegir. Siempre resulta complicado comparar entre distintas épocas, sobre todo cuando no has vivido algunas de ellas. Pero sí tendríamos claro que algunos conjuntos serían fijos en la lista de candidatos, y uno de ellos sería el que vamos a recordar en este artículo.
Porque la Jugoplastika de Toni Kukoc (acompañado de otros jugadorazos que veremos luego) se plantó en la Final Four de 1989 en Munich como un desconocido para casi todo el mundo y dominó Europa durante tres años, hasta que empezaron a poner cheques desorbitados delante de aquellos jóvenes que acabarían desmembrando el equipo.

1988-89. La gran sorpresa de Múnich
Los de Split comenzaron la temporada 1988-89 liderados por Kukoc y Radja, dos jugadores que ya llevaban dos torneos importantes con la selección absoluta yugoslava pero que apenas tenían 20 años y no habían hecho mucho ruido fuera de Yugoslavia... salvo para los que seguían los campeonatos junior, donde Kukoc había anotado 11 triples de 12 intentos en un Mundial para derrotar a Estados Unidos. Con la Jugoplastika habían ganado una liga yugoslava que entonces tenía un gran nivel, con equipos como la Cibona y el Partizan, e iniciaban la Copa de Europa sin que casi nadie les tuviera en cuenta.
Había varios equipos que empezaron aquella edición de la vieja Copa de Europa con el objetivo claro de ganarla: uno era el Maccabi, que había perdido dos finales consecutivas contra los viejos rockeros de Milán; el otro, el Barcelona de Epi, Sibilio y Solozábal, que llevaba dos ligas españolas consecutivas y con Jiménez y Norris había subido un par de peldaños tras una primera mitad de década en la que habían cosechado dos Recopas y una Copa Korac. Los catalanes venían de una mala actuación en la máxima competición europea del año anterior y esta vez iban a por el título.
Los yugoslavos se impusieron al Barça en el encuentro de la liguilla de cuartos de final disputado en Split, y antes le habían hecho sudar mucho en el Palau, cuando casi nadie sabía quiénes eran. Por ello, aquella derrota se consideraba un accidente y casi nadie en el entorno culé se preocupó cuando vio en la semifinal de la Final Four debían enfrentarse a ellos. Craso error.
Aquella tarde de 1989 descubrimos a un equipo de jóvenes manejado desde todas las posiciones del campo por un joven de 20 años, Kukoc, que se entendía a la perfección con Radja, compañero de generación, apoyados ambos por otros jóvenes algo más expertos (Perasovic, Sretenovic y Sobin rondaban los 25). Por su parte, el joven Tabak daba sus primeros pasos con apenas 18 años. Para compensar tanta bisoñez, el máximo anotador era Dusko Ivanovic, de 31 años. Aquellos jovencitos hacían un juego moderno que no se había visto hasta entonces, con un falso base con altura de pívot y sorprendiendo a todos con el juego sin balón. Sencillamente delicioso.
Tras hundir en la depresión a un Barcelona que se las prometía muy felices, en la final les esperaba el Maccabi. Otros que, eliminado el Barça, sentían que a la tercera final consecutiva iría la vencida ante aquellos chicos sin experiencia.
Más de lo mismo: los israelíes también sucumbieron y los aficionados europeos nos quedamos con la boca abierta, dudando si aquella sorpresa sería flor de un día o si tendría continuidad. Vaya si la tuvo, como veremos a continuación.
1988-89. Consagración en Zaragoza
La temporada siguiente los de Split ya eran conocidos por todos: Kukoc y Radja habían añadido al título de campeones de Europa de clubes el de campeones de Europa de selecciones, completando un excelente Eurobasket en Zagreb con la selección yugoslava. Sin embargo, su víctima en la semifinal de Múnich, el Barcelona, comenzaba la temporada con el gran objetivo de hacerse con el precioso trofeo con forma de canasta que acreditaba al mejor equipo del Viejo Continente.
El equipo catalán tenía motivos para sentirse capaz de ganar por fin el título: su liguilla de cuartos de final había sido casi perfecta, clasificándose en primera posición para la gran cita del año. Además, el evento se disputaba muy cerca de Barcelona, lo que permitía un cómodo viaje para que miles de aficionados se presentaran en la capital aragonesa y reprodujesen allí el ambiente de las noches de Copa de Europa del Palau Blaugrana. ¿La pega? Que una de las dos derrotas sufridas por los culés en la liguilla se había producido contra los descarados chicos de Split, que mantenían el bloque del año anterior (Kukoc, Radja, Sobin, Stetenovic, Perasovic, Pavicevic, Ivanovic), al que habían sumado un pívot extraordinario como Zoran Savic, tan desconocido para el aficionado español medio como lo eran sus compañeros tan solo un año antes. El bisoño Tabak seguía adquiriendo experiencia desde el banquillo, donde dirigía con maestría Bozidar Maljkovic.
Por si quedaba alguna duda, los dos favoritos las disiparon derrotando con claridad a sus rivales en semifinales: los de Split, por 18 puntos de diferencia a un Limoges que había hecho una buena campaña apoyándose en un par de buenos jugadores americanos (Collins y Brooks) y en Dacoury y Ostrowski, los dos mejores jugadores franceses de la época; el Barça, por 21 al Aris de los semidioses griegos Gallis y Yannakis.
Dos días tuvieron ambos equipos para pensar en la final. Concretamente, el Barcelona había tenido toda la temporada, pues no se hablaba de otra cosa en la ciudad y las últimas derrotas contra el equipo amarillo no hacían sino sembrar las dudas. Pese a que los resultados decían que la Jugoplastika quizá era mejor que los azulgranas, es posible que el entorno cometiera el error de volver a menospreciarles: prácticamente se exigía que los de Aito conquistaran el título por el hecho de jugarse en casa y porque "ya tocaba". El caso es que el campeón demostró de nuevo una tranquilidad asombrosa en jugadores tan jóvenes (aunque con muchos minutos de experiencia en la Liga yugoslava desde muy temprana edad). No sólo exhibieron su calidad en ataque liderados por Kukoc, Radja, Ivanovic y Perasovic sino que maniataron a las estrellas rivales, entre las que ya no se encontraba Sibilio, apartado del equipo justo un año antes por problemas con García Reneses y que había fichado por el emergente Taugrés.
El segundo título consecutivo ya no podía considerarse una sorpresa y disparó la cotización de los jugadores y el entrenador yugoslavos. Algunos de ellos (Sobin, Radja, Ivanovic) abandonaron el equipo ese verano. El más codiciado de todos, Kukoc, aún tenía ganas de amargarle la fiesta al resto de Europa y se quedó un año más, como si adivinara que la tercera Copa de Europa quedaría perfecta en sus vitrinas con los tres anillos que iba a conseguir con los Bulls años después. Pese a la presencia del croata un año más, casi todos pensamos que la bonita historia de aquel joven equipo se había acabado y que lo tendrían complicado para hacerse con un tercer campeonato consecutivo.
1990-91. Broche de oro en París
Sin Radja, sin Ivanovic, sin Sobin y sin Maljkovic en el banquillo... Cuatro pilares importantísimos en los dos primeros títulos de campeones de Europa conseguidos por los de Split habían abandonado el equipo, pero eso no impidió que el maravilloso conjunto yugoslavo se volviera a proclamar campeón continental. A primera vista, con las bajas el equipo había empeorado considerablemente: el hueco de Radja y Sobin en el juego interior fue cubierto por la mayor presencia de un gran jugador algo tapado hasta entonces, Zoran Savic, y por un americano baratito, Avi Lester, además del aumento de minutos en cancha de un jovencísimo y enclenque Tabak, mientras que la ausencia de Ivanovic, el más veterano y máximo anotador del grupo, se tapó con Aramis Naglic, jugador correcto con mucho menos talento que el montenegrino. En el banquillo se optó por un entrenador con experiencia, Zeljko Pavlicevic, que ya había sido campeón de Europa con la Cibona de Drazen Petrovic.

El desarrollo de la temporada pareció dar la razón en cierto modo a los que pensaron que la Jugoplastika (cuesta no llamarlos así, aunque en esta temporada cambiaron su patrocinador de toda la vida y, por lo tanto, su nombre, por el de Pop-84) tenía pocas opciones de volver a revalidar el título. En la última temporada del formato de liguilla de cuartos de final (y de la propia Copa de Europa como se había conocido hasta entonces, ya que al año siguiente comenzaría a disputarse la Liga Europea), los de Split cosecharon derrotas contra el Barcelona, el Aris o el Maccabi y sudaron para ganar al Kingston inglés y al Bayer Leverkusen, ambos muy lejos del nivel de los grandes favoritos. En la segunda vuelta les fue mejor, aunque una nueva derrota contra el Barça y otra muy abultada en Tel Aviv volvieron a sembrar las dudas sobre ellos. Error, como en los dos años anteriores.
El equipo de Pavlicevic se clasificó para la Final Four de París en segunda posición de la liguilla, con cinco victorias, por detrás del Barcelona. Sólo con una derrota más quedó su rival en semifinales, el Scavolini de Pesaro, el campeón italiano al que daba gusto ver jugar por la calidad individual de sus dos americanos, Darren Daye y Darwin Cook, bien acompañados por los italianos Magnifico, Costa y Gracis, entre otros.
Los italianos complicaron mucho las cosas a los yugoslavos, que solventaron el partido en la segunda parte, con Perasovic y Savic como destacados. En la final esperaba de nuevo el Barcelona, que había arrollado en la otra semifinal al Maccabi. El primer puesto de los catalanes en la liguilla, su buena semifinal y la supuesta pérdida de nivel de los amarillos permitían a los de Maljkovic afrontar la final con posibilidades de alzar el ansiado trofeo. En un intento por restar talento al campeón, el serbio, técnico de la Jugoplastika hasta entonces, había sustituido en el banquillo a Aito García Reneses, que pasó a los despachos barcelonistas en un experimento que acabó enfrentando a ambos. A priori, el equipo podía considerarse más completo que la temporada anterior, con las incorporaciones del cotizado Montero en el lugar de Costa, y con la calidad al poste bajo de Piculín Ortiz en sustitución de la garra de David Wood, más la apuesta de Maljkovic por canteranos como Galilea, Lisard González y Esteller.
Quizá el Barça volvió a confiarse, quizá le pudieron otra vez los nervios de ver a su verdugo enfrente, quizá faltó algo de carácter o quizá le afectó la lesión de un Norris que hizo lo que pudo jugando hasta el último momento con un hombro maltrecho. El caso es que los porcentajes de tiro Epi o Solozábal fueron pésimos y los rebotes de Piculín Ortiz y los tres triples de Lisard González en doce minutos fueron los únicos argumentos que presentó el equipo catalán para intentar ganar el partido. Enfrente, un equipo tranquilo, liderado por un Kukoc que no necesitó anotar demasiado y que se apoyó en el partidazo de Savic cerca de canasta y en las aportaciones de todos los demás, incluido el discutido Lester, para dominar en el marcador durante todo el encuentro.
Conseguido el tercer campeonato consecutivo, sí fue el momento de que Kukoc siguiera el camino de las liras que le ofrecían desde Treviso y el equipo que había dominado Europa durante tres años se deshizo, participando en la nueva Liga Europea bajo el nombre de Slobodna Dalmacia y con el liderazgo en cancha de Velimir Perasovic, que esperaría un año más antes de poner rumbo a España. Un equipo que nos dejó una historia maravillosa de buen baloncesto, juventud y buen trabajo desde la base y que será recordado para siempre como uno de los mejores de la historia de Europa.
Podéis ver más artículos y vídeos de partidos de la época en mi blog, Aro Pasado.
Otros artículos: